Esto ya se fue así. Lo mismo que la paz, el gran acuerdo nacional, no pelechó.
Estos dos propósitos augurales del Gobierno Petro anunciados en su discurso de posesión, han perdido viabilidad.
La Paz Total sucumbe entre la agudización de la guerra en el Catatumbo y la tragedia de la violencia que se recrudeció esta semana en el Cauca.
El Acuerdo Nacional que debía ser presupuesto básico de los procesos de paz, se ahogó definitivamente en el momento en que el presidente resolvió cortar toda relación con el Congreso.
La decisión de la Comisión VII del Senado de archivar el proyecto de reforma laboral fue el punto de inflexión que rompió todo propósito de unidad.
Como si un presidente de una república democrática, o por lo menos elegido democráticamente, pudiera hacer tabla rasa de la Constitución, Gustavo Petro decide arrasar con los principios de la separación de poderes y la coordinación armónica entre ellos.
Colaboración armónica que en todo caso no significa estar de acuerdo siempre. Lo que manda la Constitución es que, a pesar de eventuales desencuentros, se colaboran armónicamente esos poderes para dar cumplimiento a los fines esenciales del Estado.
Es así que un gobernante respetuoso del Estado de Derecho, no puede olímpicamente anunciar que rompe con el Órgano Legislativo porque este ha tomado una decisión que no comparte o no le gusta.
Tal decisión fractura la unidad del Estado, problematiza la toma de decisiones públicas, dificulta la gobernabilidad, encarece y pone en riesgo la democracia y hace imposible llegar a un acuerdo nacional.
Las rupturas entre un jefe del ejecutivo y las mayorías parlamentarias son comunes en las democracias.
Eso lo previeron quienes se inventaron los regímenes parlamentarios que están vigentes principalmente en Europa: cuando el presidente o jefe de gobierno pierde las mayorías, se cae, se convoca a nuevas elecciones y se renueva el pacto de unidad en torno a las mayorías.
Por eso muchos teóricos de la ciencia política han intentado encontrar las miserias de las democracias latinoamericanas en el presidencialismo.
La convocatoria a la unidad nacional la hizo Gustavo Petro el día de su posesión; comenzó a cristalizarla a partir de la organización de una gran coalición parlamentaria que le garantizó mayorías al comienzo de su Gobierno.
Gracias a ella logró la aprobación de leyes tan complejas como la reforma tributaria y el marco jurídico para la paz total.
La historia de las desconfianzas y los prejuicios ideológicos que dieron al traste con ese germen incipiente de unidad nacional, ya las conocemos.
El lenguaje desapacible y procaz del presidente contra casi todos, ha vuelto añicos la posibilidad de ese acuerdo nacional. Acuerdo nacional sin el cual no será posible encontrar la salida de nuestros laberintos históricos.
Cuando Carlos Lleras Restrepo encontró un Congreso de mayorías hostiles a la propuesta de reforma constitucional de 1968, amenazó con renunciar. Esa fue la manera en que presionó un acuerdo y lo logró.
Pastrano hijo pretendió convocar un referendo en el año 2000 para en principio revocar al Congreso que le acababa de hundir una reforma constitucional. Le tocó abortarlo cuando alguien propuso introducir la pregunta de si los votantes estarían o no de acuerdo en revocar también al presidente.
En todo caso se restableció la unidad perdida.
En ambos eventos no se rompió la unidad nacional porque todos los actores entendieron la necesidad de superar los encuentros. Ahí hubo pactos explícitos.
En la salida que propone Petro para tramitar sus diferencias con el Congreso, no son tan claros.