“Salió quien causó todo este movimiento”, dijo perplejo el presidente del Partido Conservador, Efraín Cepeda, refiriéndose a la crisis ministerial que se desató esta semana. En efecto, de entre los cambios de ministros que hizo el Presidente, dos causaron mayor curiosidad: el de Hacienda y el de Salud: el primero porque se había alzado como el más sensato, el más sereno y el más confiable de todos, dado su prestigio internacional, su formación académica y su experiencia administrativa. La segunda, porque se había convertido en la vanguardia ideológica del Gobierno al defender contra todas las acechanzas la reforma a la salud, piedra angular del arsenal de iniciativas de cambio propuestas por el presidente Petro.
En efecto Carolina Corcho sale del Ministerio de Salud y nos deja un legado bastante preocupante: un proyecto de ley, el de salud, a medio hacer, una coalición de Gobierno hecha añicos, y una gobernabilidad democrática, en adelante casi imposible.
En los sistemas presidenciales son muy comunes los gobiernos divididos, es decir, “aquellos que se desarrollan en un régimen político con división de poderes en donde el titular del poder ejecutivo pertenece a un partido distinto al que ostenta la mayoría de los miembros del poder legislativo¨”.
Petro llegó a la presidencia sin mayorías en el Congreso; con un pragmatismo ajeno a la tradición de la izquierda colombiana, armó unas mayorías rotundas y gracias a ellas, logró hacer aprobar con éxito normas tan complejas como la de la reforma tributaria.
Pero el solo sentido práctico en este tipo de decisiones a veces no funciona: la construcción de mayorías parlamentarias no puede ser el fruto de simples operaciones matemáticas, o de mera mecánica electoral. Esas mayorías tienen que estar cosidas con mínimas identidades ideológicas o por lo menos, con ciertas coincidencias programáticas.
Apenas iban llegando al Congreso iniciativas con fuerte carga ideológica, los partidos menos afines al pensamiento del Gobierno se fueron desmarcando y empezaron a mirar con rigor crítico la orientación central de esas iniciativas; pasó así con el proyecto de reforma a la seguridad social en salud, que llegó al Congreso luego de un tortuoso camino de consultas a medias, interrogantes irresolutos, y primera crisis ministerial de por medio. La reforma política naufrago en las aguas huracanadas de un Congreso que ya se venía poniendo critico. Aún sin conocerse los textos oficiales de los proyectos de las reformas laboral y de pensiones, los mismos partidos anunciaron reticencias a su aprobación.
Cuando frente a esta situación el Gobierno debió intentar recomponer sus mayorías haciendo ajustes, precisando compromisos, y facilitando acuerdos, Gustavo Petro, ofuscado y molesto, en un acto de entrega de tierras en Zarzal, Valle, soltó frases como estas: “Yo no entiendo si el Congreso de Colombia quiere guerra…”; “a pesar del triunfo electoral, cuando le dijimos al pueblo del estallido social: cálmense que vamos a resolver esto por las buenas y en las urnas (…)Pero ahora están burlando las decisiones de las urnas y eso no puede ser”.
Como lo dijo El Espectador en su editorial de anteayer, “se trata de una caricaturización de lo que ha ocurrido en el Congreso, pero también de un intento directo por estigmatizar la rama Legislativa”.
La naturaleza del poder no tolera que un poder desafíe a otro poder, o que lo provoque; así nacen las guerras que finalmente no son otra cosa que la política por otros medios como bien lo dijo Clausewits; con mayor razón si se trata del choque entre dos poderes que tienen origen en la misma legitimidad, la de las elecciones democráticas. Lo que se debe imponer frente a las diferencias en este caso, es la conversación, la dialéctica. Lo otro es intolerancia, fanatismo.
La gobernabilidad de Petro ha quedado en entredicho; ha optado por un gabinete de autoafirmación ideológica que tiende un cerco de alambradas hostiles a los actores de la política que no comulgan integralmente con su visión de gobierno y de país. No cabe duda que hay mucha tensión política en el ambiente. Este no es el escenario más promisorio para que las propuestas de reforma en curso sigan su marcha y se consoliden. Entre ellas la que tiene que ver con el marco legal que hace falta para consolidar el escenario de lo que se ha llamado la paz total.
Si no hay paz política no habrá paz total. La primera es el presupuesto insoslayable de la segunda.
Adenda: En buena hora la Federación de Cafeteros defendió su fuero frente a la indelicada e impertinente intromisión del Gobierno en la designación de su Gerente General.