Las botellas de aguardiente se vistieron de fucsia, las calles se llenaron de vendedores de rosas, empezaron los anuncios institucionales sobre las actividades programadas y los comerciales de la televisión mutaron hacia el mercado del regalo.

Llegaba otro 8 de marzo, y con él la oportunidad para poner sobre la mesa los avances, retos y dificultades de la garantía de los derechos de las mujeres.

Como sociedad avanzamos tres pasos y retrocedemos dos o cuatro.

La Defensoría del Pueblo estableció que entre enero y octubre del 2024 hubo en Colombia “745 feminicidios, 44 de ellos contra niñas, 11 contra mujeres trans, siendo la cifra más alta de los últimos años”.

Naciones Unidas afirma que “un total de 140 mujeres y niñas mueren cada día a manos de su pareja o de un familiar cercano, lo que supone una mujer asesinada cada 10 minutos”.

Hay evidencia, porque definitivamente no es percepción, que los asuntos de equidad, justicia, acceso a la educación y el empleo, paridad, respeto a la vida, entre otros, tienen mucho camino aún por recorrer, con el objetivo de que las mujeres y los hombres gocemos de nuestros derechos en igualdad de condiciones.

Como sociedad hemos avanzado en distintas vías, la inserción de las mujeres al mercado

laboral se ha llevado a cabo; sin embargo, los sueldos siguen siendo distintos, los cargos decisorios siguen estando mayoritariamente en manos masculinas y las cargas del cuidado y gestión del hogar continúan siendo asuntos que asumen más las mujeres que los hombres.

En términos de legislación la situación no es más amable, la Ley de Cuotas (2000) puede ser un ejemplo de cómo una ley no se cumple, valdría la pena analizar los gabinetes de gobernaciones y alcaldías para ver muchos botones de muestra.

En el fondo, hay un asunto cultural profundo por resolver. Vale la pena preguntarnos sobre cómo hemos construido por años roles diferenciados, percepciones e imaginarios sobre el cuerpo de las mujeres, tolerancias a comentarios, chistes y conversaciones misóginas y machistas.

Hemos creado como sociedad una matriz de percepción y opinión muy poderosa sobre las mujeres, sus cuerpos, sus acciones, sus pensamientos, sus sentimientos, que constituye la base de todas las cifras mencionadas.

Por más que avancemos en otros campos sociales, si no le apostamos a una transformación cultural construida de la mano de ellas y de ellos, seguiremos dando pasos en falso.

Para transformarnos culturalmente necesitamos conocer, reconocer y construir nuevas masculinidades en las que estos cambios se gesten, se manifiesten.

Nosotras hemos hecho mucho, pero juntos podríamos realmente darle la vuelta al fondo del problema.

Mientras recibo con gratitud la rosa, dialogo con mi hijo sobre lo que significa para mí ese día, hablo con mis amigas y conmemoro las luchas y conquistas de mi madre, mis hermanas y las mías propias, no me puedo quitar de la cabeza a Diana, a quien mataron porque no aceptó bailar con su asesino en Marmato (Caldas); a Emily, que quizá solo conversó con un vecino mientras volvía a casa y la mataron; y, por siempre a Yuliana, que fue secuestrada, violada y asesinada con tan solo 7 años.

Ellas, nosotras y nosotros nos merecemos que historias como esas no vuelvan a pasar y para ello hay que legislar, denunciar, actuar, reconocer, conversar, transformar desde las prácticas culturales.

Eso es lo que por años no hemos hecho y ahí está la deuda pendiente para avanzar y no retroceder.