Los colombianos estamos sometidos a una permanente desazón.

El saber que tenemos un presidente que hace el ridículo constantemente y que toma decisiones de acuerdo con su estado anímico (que por lo general es de histeria, resentimiento y venganza), o su situación sicótica originada en el volumen de “café” que consuma, nos somete a una incertidumbre no solo personal, sino económica, financiera y de estabilidad jurídica y empresarial.

Porque cada día amanecemos con una nueva estupidez presidencial; con un nuevo escándalo de corrupción en los círculos de poder; con nuevos vinculados a procesos judiciales que cercenan la credibilidad del Gobierno y la autoridad institucional; con nuevos escenarios pútridos que rodean o penetran la esfera presidencial; con nuevas evidencias de corrupción, manipulación, desastre personal y pérdida de valores.

Y, a la vez, con unas bodegas activas que ejercen la defensa de lo indefensable, y pretenden transformar la realidad del país a través de información falsa, adulación, veneración y lameteos pagados con nuestros impuestos.

Bodegas que, aún derrumbándose el país, mostrarán un paraíso donde solo existen ruinas, y un edén donde la depravación es la constante.

¿Y algo le importa al estulto presidente? ¡Qué va! Porque ahí es donde Petro se siente cómodo: en el ridículo y la depravación; porque es su mundo desde siempre; porque encuentra su solaz en el caos, y esperanza en lo pestilente.

Es un mundo invertido donde se trastocan los valores; donde los defectos, taras, vicios y degeneración humana fueron convertidos en cualidades dignas de exponer en las hojas de vida, y de valoración para ser nombrados en los altos cargos; donde el prontuario del individuo pesa más que la trayectoria ejecutiva; donde las evidencias de delitos son fundamentales para acceder al alto gobierno.

Y de ahí las cortinas de humo como la de una consulta popular para legislar a través del constituyente primario.

Algo tan absurdo como constitucionalmente imposible, pues no solo los pasos que se deben surtir, sino la profundidad del contenido de ese mecanismo, hacen que el proceso sea insulso, y solo sirva para adelantar un debate electoral amenazado por las huestes violentas del petrismo (pagadas con nuestros dineros), y que buscan un acorralamiento institucional y que los poderes legislativo y judicial queden a merced de los comportamientos pirómanos presidenciales, con los cuales descaradamente amenaza desde su tarima y desde los canales públicos y privados de televisión.

¿Consulta popular? ¡No! La tal consulta, con la que se distraen las miradas de los colombianos, solo es el sofisma de un presidente que tiene mucho que ocultar.

Es el mecanismo mediante el cual se acallan los escándalos de Nicolás y Juan Fernando Petro, de la UNGRD, la DIAN; ministerios de Salud, Hacienda e Igualdad; o la connivencia del Gobierno con el narcotráfico, el Eln, las Farc, Clan del Golfo y demás grupos criminales que hoy gozan de impunidad, protección y beneficios jurídicos especiales.

Y los colombianos seguimos cayendo en esa trampa. Ojo con el 2026.