Lo vemos disminuido, deteriorado, ojeroso, descuajaringado y todos los días más incoherente y alejado de la realidad; desaparece del mundo físico y del universo virtual con mayor frecuencia; sus salidas públicas son cada vez más vergonzosas, y el hecho de saberse despreciado en todos los escenarios parece alterarlo en materia grave, pues no debe ser fácil para un individuo de su calaña, con un ego desbordado, y a quien sus adláteres mantienen inmerso en una burbuja que le impide ver la realidad, aceptar su condición de lacra social. Y tal vez por eso la urgencia de hundirse en sus vicios.

Pero que esté viviendo esas circunstancias aciagas, no significa que su poder haya disminuido. Por el contrario, significa un mayor riesgo, pues si bien ha demostrado su incapacidad para manejar el poder presidencial, está rodeado de seres corruptos, ambiciosos, perniciosos y viciosos que sí saben cómo utilizarlo, y también saben hasta dónde pueden llegar con él. Son seres que lo dominan y someten; seres de su misma o peor ralea, que no solo conocen su pasado, sino que propician su lamentable presente.

Y no significa que Gustavo Petro sea una víctima. ¡No! Él sigue siendo un victimario irresponsable, obnubilado, ciego y absorto en su narcisismo que, cual fiera herida, reacciona con actos de poder ante los resultados adversos de la democracia. Se siente un líder intergaláctico destinado a solucionar los problemas del universo, y su séquito le alimenta esa locura. ¡Saben que el ridículo del titular los empodera más a ellos!

Por eso para el sátrapa es más importante un atentado en Gaza, que miles de masacres en Colombia; o la muerte violenta de un niño en Israel, que la de cientos de ellos en su patria; o la ola vandálica en Francia, que el tsunami terrorista en nuestro territorio; o la debilidad económica de Cuba o Venezuela, que la quiebra de su propio país.

¡Delira! Y con sus delirios nos arruinamos todos. Y, lo peor, en silencio. Porque los buenos nos convertimos en asistentes silenciosos y, por ello, corresponsables de la catástrofe.

Porque mientras el presidente se apodera de los órganos de control, corroe la justicia, y explota la corrupción del legislativo, las víctimas nos dedicamos a lamentarnos y a llorar con impotencia, pero sin acciones. Hace cuatro años nos dominó la primera línea terrorista, ante la parquedad del Gobierno; hoy nos domina la corrupción del Gobierno, ante la parquedad de los ciudadanos decentes.

El poder de un presidente es inmenso, aún dentro de las leyes y los controles. Pero mucho más, cuando quien lo ejerce se salta la Constitución, y el pueblo lo acepta con temerosa resignación. ¡Ojo, que el poder de un dictador no tiene límites! ¡Y ya lo estamos padeciendo!

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El desconocimiento de Petro de las decisiones del Congreso puede ser el inicio de un estallido mortal. ¡Es el escenario ideal del terrorismo, en el que el presidente juega de local!

¡Y pensar que hay estúpidos que aún lo defienden! Pobres.