Se acrecienta mi preocupación por el riesgo para nuestra democracia, en medio de la combinación de insulto, acusación y amenaza que el presidente Petro llevó a un límite peligroso en su perorata para exacerbar el enfrentamiento social en una muchedumbre de funcionarios públicos y de las infaltables “minorías indígenas” movilizadas en el día cívico.
El último capítulo de este novelón, que podría terminar en tragedia como en Venezuela, se inició el 11 de marzo, cuando un grupo mayoritario de congresistas firmó la proposición de archivo de la Reforma Laboral.
Ahí fue Troya: El presidente acusó de traidores a los firmantes y los expuso en la picota pública: “Que el pueblo trabajador de Colombia sepa quiénes fueron los que lo han traicionado”.
Días después tildaría de “nazis”, su ofensa favorita, a los que denunciaron el peligro de esa acusación para ellos y sus familias, como hoy tilda de nazis al periódico El Colombiano, a Bruce Mac Master, a la Andi y al uribismo.
Al final, puso a Jesús de por medio, acusó de traición a los congresistas cristianos y amenazó con que el pueblo sería llevado a la violencia si no se reversaba la decisión.
Pero la amenaza más peligrosa, a mi juicio, fue la declaratoria de ruptura con el Congreso, que repitió hasta su arena incendiaria en la Plaza de Bolívar, donde las amenazas se tornaron desafiantes.
La manifestación misma, mientras se debatía la proposición de archivo, fue un acto de presión al Congreso, no del pueblo, sino del Gobierno que la organización y financiación; Un inadmisible desafío a la democracia.
En la agresivo areng, convertida en alocución presidencial en horario triple A, el presidente llamó a la insurrección “con la mayor fuerza posible” y arreció sus ataques al Legislativo, pero ya no habló de “ruptura”, sino de expulsar a los senadores del Congreso, ¿acaso una velada alusión a su eventual disolución?
Juzguen ustedes. “Cada senador debe recordar que no es más que un simple representante del pueblo y que debe obedecerlo. Si no es así, (...), el pueblo lo sacará del Congreso, como tiene que ser”.
“El Congreso le está dando la espalda al pueblo. Y cuando instituciones enteras no pueden comprender a su propio pueblo (...) hay que sacarlos de ahí, porque no nos sirven, no le sirven al pueblo”.
“Le corresponde al Senado de la República votar para permitir que el pueblo hable, (…). Primero se va la clase política del Congreso que acallar al pueblo…”.
No me atrevería a afirmar que el presidente está ambientalando la disolución del Congreso, pero sí que busca deslegitimarlo ante la sociedad, más de lo que ya está, diría yo, generando una fractura entre los dos poderes que flaco favor le hace a la estabilidad de nuestra democracia ya la gobernabilidad necesaria para sacar adelante sus reformas.
¿O acaso el caos, la revuelta callejera y la inestabilidad son su verdadera intención? Ya le funcionó una vez…