Los enunciados que encabezan esta nota tienen profundas diferencias, cuando se aplican a la conducción de los pueblos; y mucho que ver con la capacidad de los adalides para seducir a las masas, o dominarlas. En ese juego participan la astucia y la eficiencia; la primera, sibilina y marrullera; y la otra, productiva y generosa. Después de gobernantes naturales, conductores apoyados por la riqueza o por la fuerza de las armas; y también por la seducción derivada de su sabiduría, la evolución de la humanidad ha convocado en forma continua a las masas a participar en elecciones, para que sean ellas las que decidan sobre su destino, escogiendo a quienes las han de conducir, gobernar, legalizar y juzgar.
Hasta ahí la teoría, a la que puede aplicársele, según se percibe por la realidad, la manida sentencia de que “del dicho al hecho hay mucho trecho”. La conducción de los pueblos, como puede evidenciarse en el mundo entero, con escasas excepciones, se ha monetizado, corrompido, petrolizado y narcotizado, haciendo a un lado valores como el humanismo, la generosidad, la misericordia, la cultura, la creatividad, la sabiduría y el buen vivir, para imponer la molicie, el sibaritismo y el consumismo.
La consigna es “todo vale”, cuando de gobernar se trata, consintiendo a áulicos incondicionales, manteniendo la sumisión de los pobres e ignorantes con migajas y disfrazando la realidad con sofismas. Los encantadores de masas, mientras embelesan a los boquiabiertos auditorios con expresiones sonoras y aleteo de brazos, les hacen pistola con los dedos de los pies. Supuestos redentores, cuando son mandatarios, gracias a copiosos votos, en privado, con sus cercanos parientes, amigos y lugartenientes, se carcajean mientras alzan las copas y claman ¡salud! La de ellos, ¡claro!
Estas reflexiones, entre irónicas y melancólicas, nacen de registrar el espectáculo de la realidad que vuela por las redes de comunicación, que evidencian el rumbo equivocado que transitan las naciones, conducidas por gobernantes que, envanecidos por los resultados electorales hacen tránsito de la realidad a la ilusión y arrastran a sus pueblos hacia despeñaderos de los que difícilmente emergerán.
No es fatalismo, sino realismo. En el entorno, relativamente cercano, países que se reconocen como democráticos: México, Argentina, Bolivia, Nicaragua, Venezuela, El Salvador y Colombia, entre otros, están gobernados por autócratas maquillados de socialistas modernos, o por extremistas conservadores, producto de lo que un pensador sueco moderno llama “la dictadura de las mayorías”, resultado de elecciones tramposas, que se presentan como “voluntad popular”.
Y para colmo, los Estados Unidos de América, modelo de democracia representativa, estabilidad institucional y bienestar colectivo, está ad portas de que regrese al poder, gracias a los absurdos de un sistema demasiado complejo, un individuo que ganó, con trampas informáticas y apoyos perversos, su primer mandato; trató de mantenerse en el segundo desconociendo los resultados por la fuerza de una asonada contra el parlamento; y enfrenta procesos penales de variados matices. No obstante, es el favorito para retornar a la Casa Blanca.