Llaman amigos y familiares del exterior a inquirir sobre la situación del país, algunos alarmados, al punto de ofrecer apoyo, incluido asilo (“de cualquier manera nos acomodamos, mientras se organizan”), pese a que la profusa publicidad oficial presenta al país como un paraíso (“potencia de la vida”), pero por las redes circulan realidades que preocupan a quienes confían en la información recibida por canales distintos a la propaganda rosa de ministerios y demás entes que dependen de la Casa de Nariño.
Lo que dicen las noticias: objetivas, realistas, distintas a las cuñas pagadas, es que el país está convulsionado, la violencia es una constante en campos y ciudades, los poderosos grupos criminales ocupan amplios espacios del territorio nacional; y luchan entre ellos por dominarlos, para favorecer sus negocios ilegales…; y la fuerza pública está maniatada a leguleyadas e inmóvil, mientras el Gobierno celebra interminables y costosas reuniones para negociar una “paz total”, en la que los criminales tienen la posición dominante. 
Sólo la irracionalidad de los líderes de la polarización, para satisfacer sus egos y castigar la independencia de un mandatario insumiso al caudillo, decidió “volver trizas” un acuerdo de paz serio, en el que confrontaron guerrilleros con juristas, estadistas y respetables militares un acuerdo honesto y razonable, hasta donde es posible. La oposición denunció con mentiras una supuesta entrega del país a los insurgentes; y se rasgó las vestiduras del pudor porque “distinguidos” congresistas tuvieran que compartir curules con guerrilleros desmovilizados.
Tales pataletas de dignidad, proclamadas desde perfumados clubes sociales, con elocuencia hecha a la francesa, no les importaba a los adalides hacerlas de espaldas a las aspiraciones de la comunidad y a los intereses de los colombianos víctimas de la violencia. El tono altanero y amenazante del presidente Petro y la actitud sumisa y pusilánime de su equipo de Gobierno, además de que quienes se atreven a opinar distinto, o a cuestionar sus procedimientos, son relevados de sus cargos en forma fulminante, les hace pensar a quienes están lejos, pero tienen sus afectos en Colombia, que el país está al borde de una guerra civil.
Para su tranquilidad, o mayor ansiedad, tenemos que decirles que la violencia y la inseguridad son una constante de vieja data, desde los años posteriores a la independencia, cuando la República se construyó a base de sucesivas guerras político-religiosas; se consolidó con sectarismos sangrientos y ahora navega en las turbulentas aguas de una polarización en la que el bienestar y el progreso de la nación naufragan en medio de arrogancias, corruptelas y mezquindades, mientras las ideas, la razón, el humanismo y la lógica tiemblan, frágiles e impotentes.
Queda, sin embargo, para superar la desazón y el miedo, el refugio del deporte, que les da a los colombianos satisfacciones y les hincha el pecho de orgullo. Los triunfos de tenistas, ciclistas, motociclistas, futbolistas y otros son ejemplo para la juventud y traen al país divisas para la superación de familias y comunidades humildes.