Colombia ha sido un país en proceso de institucionalización, para crear sólidas estructuras legales y jurídicas, que comenzó desde los albores de la República, gracias a la visión de dirigentes bien informados, que supieron absorber modelos de las naciones europeas más avanzadas y aplicarlos en la recién creada nación, pese al devastador efecto de las guerras civiles, inspiradas en fanatismos políticos y religiosos. Ese devastador proceso fue liderado por “los caudillos del desastre”, que eran, paradójicamente, la élite social, política y económica del país, desde la capital y las regiones.
Finalizando el siglo XIX, cuando aún humeaba la guerra de los mil días, se crearon los primeros bancos y emergieron industrias como las de textiles y la cervecería Bavaria. Además, tomó fuerza el cultivo del café, crecieron las exportaciones del grano, y se creó una cultura cafetera que fue por muchos años motor del desarrollo del país. La nación agrícola y pastoril hizo tránsito hacia una economía más moderna y diversificada. En esa escuela se formaron empresarios que les dieron vida a las regiones, crearon empresas, generaron empleo, transformaron materias primas, contribuyeron a los fiscos y apoyaron a los gobiernos para adelantar procesos de desarrollo, especialmente desde la infraestructura vial y el urbanismo.
A principios del siglo XX, gracias a la visión de gobernantes sabios y eficientes, que supieron sobreponerse al fanatismo de la hegemonía conservadora, se convocó la asesoría de expertos internacionales y se crearon instituciones como el banco emisor, que, ajeno a influencias politiqueras, ha consolidado un sistema que garantiza la moneda sana, el buen manejo de las reservas y el control del sistema bancarlo que se ha logrado, pese a eventuales aventuras financieras, que oportunamente fueron controladas.
Los albores del siglo XX fueron testigos de la creación de la Federación Nacional de Cafeteros, una institución benemérita; de la transformación del sistema laboral, para hacer justicia con los trabajadores; y de la gestión de gobernantes con visión de futuro, que entendieron que eran necesarios aliados internacionales para dinamizar la producción, capacitar mano de obra y prepararse para competir. El proceso avanzó, no obstante que la oposición irracional de “viudas del poder”, desde el Congreso Nacional, escenario ideal para la controversia, se bombardeaba a la república liberal, sin más argumento que el sectarismo cerrado. Esa postura, protagonizada por caudillos elocuentes, fue el detonante de la violencia política, por fortuna, también superada, aunque al costo de crear un bipartidismo antidemocrático, gestor de las coaliciones que implantaron la corrupción, cuando el Congreso Nacional abandonó su tarea fiscalizadora, que asumieron organismos de control independientes, las “ías”: Fiscalía, Contraloría, Defensoría…
Si Colombia ha mantenido un razonable proceso de desarrollo, pese a las dificultadas mencionadas, encontrará la forma de superar la acción devastadora del monstruo de tres cabezas que conforman corrupción, narcoterrorismo y desgobierno.