Garantizar un buen futuro para la comunidad es argumento recurrente de los políticos en trance de hacerse elegir para cualquier cargo público. Esa figura de “vivir sabroso”, como ofreció la vicepresidente de Colombia, tiene facetas variadas, con un universo de aspiraciones, individuales o colectivas, difíciles de cubrir en su totalidad. Sin embargo, están identificadas tales aspiraciones con parámetros mínimos de bienestar, para lograr estándares de vida de buena calidad. Esos son, básicamente: vivienda digna, vestuario, trabajo estable, educación, salud, recreación, seguridad y “el pan de cada día”, de acuerdo con los individuos y sus familias, que no son iguales en todos los estratos sociales que establecen académicos y burócratas, en una escala de valores por aceptada no menos humillante. De acuerdo con la categorización de 1 a 6, algunos despistados piensan que en ese mismo orden unos son mejores personas que otros, como si en los estratos bajos se ubicaran los más o menos y en los altos los máximos valores de la dignidad humana, lo cual las evidencias demuestran que es una falacia; y la realidad puede ser a la inversa.
En una inversión de términos asociados con el futuro, la medición que se les da por políticos y “analistas” no ubica las aspiraciones en procurar una mejor calidad de vida para las comunidades, sino en ganar adeptos e incrementar los activos electorales, con miras a perpetuarse en el poder, per se o a través de testaferros controlables. La idea no es nueva. Al vencerse los términos de la alternancia de los partidos del bipartidismo tradicional en el poder, y cumplirse la sentencia de que “las fronteras ideológicas de los partidos se habían borrado”, los líderes buscaron acomodo en las coaliciones, sin objetivo distinto de ganar curules parlamentarias y puestos en la burocracia oficial. Además de contratos en las entidades públicas para los amigos, que generaran “ingresos accesorios”, como decían entre graciosos y cínicos. También surgieron ideas como nombrar ministro de educación a un muchacho de 24 años, recién egresado de la universidad, para coquetearle a la juventud con objetivos electorales; rebajar la edad del estatus ciudadano de 21 años a 18, para traer sangre nueva a las urnas; instituir consejos comunitarios para consultar con los ciudadanos la conveniencia o no de desarrollar proyectos, lo cual sólo ha producido demoras e intrigas; y someter obras de interés general a conveniencias de gobiernos locales, políticos “benefactores” de las comunidades que dicen representar o propietarios de predios afectados por los diseños de las obras, cuya angurria se impone sobre el beneficio. Para no hablar de organizaciones de ecologistas, protectores de animales y fanáticos religiosos. Todos los anteriormente mencionados suelen imponer sus aspiraciones con paros cívicos, taponamiento de vías y vandalismo urbano, detrás de los cuales, indefectiblemente, está un político que quiere sacar tajada para su patrimonio electoral. Colombia sobrevive con relativo éxito gracias a la empresa privada y a organizaciones gremiales como la cafetera. A esta ya el presidente Petro le puso el ojo, con lo que busca consolidar su futuro político, porque ahí hay plata y puestos.