“Argumento falso o capcioso que se pretende hacer pasar por verdadero”, es la definición que corresponde a los sofismas que provienen de las decisiones oficiales que se inoculan en el organismo de la comunidad, sumisa y crédula, para mantener la esperanza de que todo va a cambiar para bien, culpando a gobernantes anteriores de todos los males que aquejan al organismo social y de los males de los pobres a la avaricia de los ricos. La retahíla de los nuevos “profetas” continúa diciendo que los servicios de salud son pésimos y se debe montar un sistema controlado totalmente por el Gobierno.
Agregan que los trabajadores deben laborar menos y ganar más, para incrementar la producción, abastecer el mercado interno y exportar (¡vaya paradoja!). Piensan los “iluminados” que los jóvenes delincuentes deben salir de las cárceles y asignarles sueldos para que dejen de robar y matar, y, como si fuera poco, los criminales reconocidos, causantes de toda clase de atrocidades, merecen ser voceros del Gobierno para negociar la paz con sus émulos activos, causantes de la inseguridad que aterra y asola a la población en campos y poblaciones.
Con sugestivos mensajes publicitarios proclama el “Olimpo” bogotano que Colombia es una “potencia de la vida”, mientras los índices de mortalidad violenta aumentan. A todo aquel que conozca deslices electorales del gobernante y su círculo cercano se le tapa la boca con un jugoso cargo diplomático. Ante foros internacionales, en frecuentes desplazamientos, el jefe de Estado presenta al país como líder en sostenibilidad ecológica, pero no menciona la continua deforestación de centenares de miles de hectáreas de selva virgen, la mayoría para dedicar a cultivos ilícitos; y la minería ilegal a gran escala que envenena las fuentes de agua, que son patrimonio de las comunidades.
Otros voceros oficiales pregonan que la educación compite con los mejores estándares internacionales, ocultando que el sindicalismo, con objetivos políticos, controla el sistema; que los recursos para la alimentación y el transporte escolar en muchas localidades se les entregan a contratistas corruptos, y que el éxodo profesional, o fuga de cerebros, es una constante mientras que los “ahijados” de los políticos cubren las vacantes con títulos falsos.
Es cierto, como alardea el alto Gobierno, que el país posee espectaculares bellezas naturales, joyas arquitectónicas en pueblos y ciudades emblemáticos, gastronomía de rechupete y encantadora riqueza cultural para atraer turistas nacionales y extranjeros, pero no controla los abusos de restaurantes que cobran miles de dólares por una sopa de pescado, ni reconoce que transitar por las calles es una aventura como de película del Oeste. El etcétera es largo, y cada quien puede ampliarlo en la medida de sus experiencias.
En las democracias participativas los electores dejan que los políticos los despisten con sofismas y votan por ellos para encumbrarlos al poder, de donde difícilmente descenderán. Con recursos de los erarios y una moral elástica, fácil es sostenerse con el apoyo de organizaciones “programáticas”, de los mismos y para lo mismo.