En la memoria histórica quedan frases lanzadas a los vientos de la opinión por personajes que dejaron huellas perennes, que se convierten en paradigmas del pensamiento trascendental. Sir Winston Churchill, Primer Ministro de Gran Bretaña en varias oportunidades, cuando circunstancias críticas lo solicitaron, tenía talento, personalidad, cultura humanística, autoridad y carácter; además de un comportamiento personal y social singular: adicción al tabaco, dipsomanía y arrogancia. Como ha sido usual en la aristocracia, especialmente en los países de tradición monárquica, quienes descienden de castas relevantes heredan fortunas y privilegios, que algunos complementan con exquisita educación y otros simplemente duermen sobre títulos familiares, convertidos en parásitos sociales, costosos e inútiles. Sir Winston tenía sus raíces ancestrales hundidas en la rancia aristocracia británica, pero poseía un talento refinado en el conocimiento, y dotes especiales para el gobierno. No obstante, humano al fin y al cabo, tenía debilidades que arropaba con su recio carácter. Esas eran, como se dijo, ser fumador, bebedor e arrogante.
Del tabaco se cuenta que, cuando su médico personal, ante la negativa del estadista de dejarlo del todo, le recomendó fumarse un puro, no más, en el día, llamó al ya desaparecido presidente cubano Fidel Castro, cuyo país ha sido productor de calidades de tabaco de excelencia, para encargarle unos puros especiales, de tal tamaño que uno le durara todo el día. Por el anecdotario de sus múltiples biografías se sabe que el consumo de bebidas alcohólicas de Churchill iniciaba desde el desayuno, en el que incluía una copa de champaña. Después comenzaba sus actividades dando órdenes y dictando comunicados y otros documentos oficiales a sus auxiliares desde la tina del baño, en cuyo borde tenía una copa de coñac. En el transcurso del día ingería varios tragos de whisky, que sus sirvientes proveían en medio de las actividades propias de sus importantes responsabilidades. Cerca de su final, casi nonagenario, rehusaba ir al médico para evitar que le prohibiera el whisky. Su arrogante personalidad podía inducirlo a la descortesía, con humor ácido y sarcasmo, para destruir las críticas a sus comportamientos, como cuando una dama encopetada, en cualquier evento social, le observó: -Primer Ministro, usted está pasado de copas. A lo que replicó: -Y usted es muy fea; yo por lo menos mañana amanezco sobrio.
Hábil hacedor de frases, como pintor que era para distraer preocupaciones y relajar tensiones, con una rápida pincelada filosófica trazaba una situación o un perfil humano. Para quienes coleccionan saberes contenidos en expresiones contundentes, Churchill dijo, refiriéndose a  personajes de relumbrón, improvisados, con más deseos de figurar que méritos: “La gente no quiere ser útil sino importante”. Esos fulanos pululan en el medio político y administrativo colombiano, apadrinados por la politiquería, con portafolios de títulos de dudosa autenticidad y “principios” inspirados más en la ambición que en los méritos. Por ejemplo: un “ejecutivo” propone erradicar un bosque nativo, pulmón de un vasto sector residencial, por considerar que su área, estratégicamente ubicada, es un “desperdicio”.