Imposible no hablar de paz en la actual coyuntura. Mientras los campos de Colombia se sumergen en la sangre de inocentes que desde sus tumbas claman por una justicia que quizás nunca llegue, las sillas de los victimarios se encuentran cubiertas de una impunidad que impide que la ley los alcance. Es un mundo sin sentido donde el criminal habla de paz y quien reclama justicia es tildado de guerrerista. 
Este irónico entramado ha tocado toda la sociedad. Mientras actores armados como los grupos guerrilleros, las autodefensas ilegales y grupos mafiosos que se financiaban del tráfico de coca, masacraban a diestra y siniestra a la población civil a quién acusaban de pertenecer a uno u otro bando, algunos funcionarios en una repetida actitud deleznable justificaban su accionar para alcanzar la esquiva paz. Los ejemplos abundan.
Mientras la desmovilizada guerrilla de las Farc establecía un diálogo con el gobierno de Andrés Pastrana, secuestró el avión de Avianca en abril de 1999, llevando a cabo un acto despiadado que dejó a más de 40 pasajeros y tripulantes en manos de la barbarie. Durante más de tres meses, estos inocentes fueron sometidos a condiciones inhumanas, privados de su libertad y de su dignidad. 
Imposible ignorar a Ingrid Betancourt quien se convirtió en víctima del conflicto colombiano. En febrero de 2002, mientras realizaba su campaña presidencial, fue secuestrada por las FARC, arrancada de su libertad y sumergida en un calvario de más de seis años de cautiverio. Su caso se convirtió en un símbolo trágico de la violencia y la impunidad que prevalecían en medio de los procesos de paz. 
No podemos olvidar la masacre de Bojayá en mayo de 2002, un acto de crueldad que dejó a más de 70 personas, en su mayoría afrocolombianos e indígenas, muertas y un rastro de dolor y destrucción en el municipio de Chocó. Un cilindro bomba lanzado por las FARC impactó una iglesia donde la comunidad buscaba refugio, arrebatándoles la vida y dejando atrás un escenario de horror. Esta masacre, que se llevó a cabo mientras las FARC estaban inmersas en los procesos de paz, fue una prueba clara de su falta de respeto por las vidas civiles y su desdén absoluto por el derecho internacional humanitario.
El ELN no es ajeno a esta incoherencia. Otro caso que pone de manifiesto la contradicción entre el discurso de paz y las acciones violentas del ELN es el atentado ocurrido en enero de 2019 en la Escuela de Cadetes de la Policía General Santander, en Bogotá. En este acto terrorista, un coche bomba detonado por el ELN cobró la vida de 22 personas e hirió a más de 60. Este acto de violencia indiscriminada contra civiles y miembros de la fuerza pública demuestra que, a pesar de su supuesto compromiso con la paz, el ELN continúa perpetrando acciones que causan sufrimiento y muerte.
Décadas de incoherencia no han sido suficientes. Bajo el mismo discurso el actual gobierno le ha extendido un cheque en blanco a todas las organizaciones criminales de alto impacto que operan en nuestro país. Los mas malos de los malos, los capos de capos, los más grandes criminales entre todos los alzados en armas. La respuesta a este generoso gesto que puede calificarse de inocente, parece haberse planeado para exigir del gobierno la flexibilización de las operaciones militares en su contra y no ha hallado interlocutores que reflejen la sensación de la existencia de un proceso serio que puede conducir a la anhelada paz total. En contraste, la candidez y suavidad con la cual se dirige el alto comisionado Danilo Rueda hacia Iván Mordisco, recuerdan un tímido reclamo de un niño que, aterido, se acerca hacia su atacante para buscar la mano lóbrega de quien le causa dolor. El claro reflejo del síndrome de Estocolmo. 
La búsqueda de la paz en Colombia exige un análisis crítico y una acción contundente para romper el ciclo de impunidad y construir un camino hacia una paz verdadera, donde los derechos humanos sean respetados y se haga justicia para aquellos que han sido victimizados. No es besando la mano del impío como se logra la reconciliación nacional sino reconociendo los errores y dando pasos ciertos hacia su reparación inequívoca. Lo demás es pura demagogia.