Al parecer, algunos esbirros, que en mala hora han sido ascendidos como congresistas, han traicionado sus principios a cambio de limosnas burocráticas para lograr la aprobación de la reforma a la salud en segundo debate. Se escuchaba en los pasillos del capitolio cómo, supuestamente, estos mercaderes de votos habrían sido favorecidos a cambio de vender una de las pocas instituciones que, aún con defectos, defendemos los colombianos. He sido testigo de primera mano del suplicio que implican los sistemas de salud en otras latitudes. En EE. UU., potencia mundial que nos fabrica la ilusión del país perfecto, tuvieron la osadía de cobrar a un paciente que conozco más de 10 mil dólares (40 millones de pesos) por aplicarle una ampolla para el dolor disuelta en solución salina mientras esperaba en una sala de urgencias por 6 horas. Al final se llevó una factura impagable y una remisión a un galeno al que nunca pudo visitar, pues ya debía medio hígado por una simple inyección.
En España, vi como un amigo fue rechazado del servicio médico en medio de una crisis odontológica, por el hecho de no tener un seguro privado que le cubriera la contingencia, pues, para el día del suceso, la institución hospitalaria había suspendido algunos servicios médicos por falta de pago. En Italia, fui yo quien debió asistir al “pronto soccorso” para controlar un intenso dolor abdominal. El servicio médico allí no tuvo ningún costo, pero al considerar un especialista y las imágenes diagnósticas necesarias, mi salud financiera me recomendaba cambiar mi boleto, pagar las habituales penalidades de las aerolíneas y regresar a mi país antes de hipotecar media vida para pagar las consultas privadas en ese bello país. En todos los casos verídicos que he relatado, regresar a Colombia para usar nuestro fracturado sistema de salud fue la solución. En nuestra patria encontramos profesionales de calidad, instituciones médicas con tecnología de punta y servicio accesible. Los días pasaron y las citas se cumplieron y hoy, todos los integrantes de estas anécdotas, gozamos de una salud perfecta. Es claro que, aunque con falencias, nuestro sistema de salud es, con toda seguridad, uno de los mejores del mundo.
Pero lo bueno no es para siempre. Los colombianos depositamos la esperanza para conservar nuestro sistema en políticos tradicionales, que hoy canjean sus ideales por quiméricas ilusiones. En junio de este año, antes de iniciar sesiones, los partidos tradicionales anunciaban con bombos y platillos su deseo de oponerse a la reforma. El Partido de la U solicitó que se aplazaran los debates para la próxima legislatura, mientras el Partido Conservador tomó la decisión de votarlo negativamente. Seis meses después, el proyecto logró conformar el quórum y los votos necesarios para ser aprobado gracias, precisamente, a estas colectividades que un semestre antes se rasgaban las vestiduras en improperios contra el proyecto que hoy apoyan. Solo el Centro Democrático, Cambio Radical y el bloque Verde conformado por Katherine Miranda, Catherine Juvinao, Jennifer Pedraza, JP Hernandez y Julia Miranda se mantuvieron firmes en sus convicciones.
¿Qué cambió? No lo sabemos con certeza. Algunos mencionan ofertas de cargos burocráticos, mientras que otros hablan de prebendas a los partidos. Pero hasta el momento, no hay pruebas concluyentes. Si estas acusaciones se confirman, podríamos volver a revivir la terrible noche de la “yidispolítica”, cuando los congresistas Yidis Medina y Teodolindo Avendaño cambiaron su voto a cambio de promesas del Gobierno de entonces. Fue un momento lamentable para los implicados, para el Gobierno y, sobre todo, para Colombia. Es innegable que nuestro sistema actual puede mejorar. Necesitamos garantizar la cobertura universal para que todos los ciudadanos, independientemente de sus ingresos, tengan acceso a servicios de atención médica. También debemos aumentar la inversión en infraestructura y recursos, controlar los costos para evitar prácticas abusivas en la facturación (muy habitual en los sistemas públicos como el que propone el Gobierno), y promover la medicina preventiva y hábitos de vida saludables. Sin embargo, para lograrlo, no es necesario sacrificar nuestro sistema actual, como parece proponer la controvertida reforma aprobada en segundo debate. Sería como matar una mosca con un cañón.