La vida está llena de encuentros fortuitos y momentos decisivos que pueden cambiar nuestro camino de formas inesperadas. En mi viaje personal, un punto de tal magnitud se presentó cuando conocí a Nicolás Restrepo Escobar, quien, con un gesto de nobleza, depositó en mí la confianza para que mis palabras escribieran la columna que una vez fue el lienzo de mi padre. Era un día bañado por la luz melancólica del recuerdo. El calendario marcaba el 6 de mayo de 2019, cuando el destino me llevó ante Nicolás Restrepo. Apenas tres soles habían declinado desde que despedimos a mi padre, César Montoya Ocampo, cuya pluma había surcado el mismo espacio periodístico durante años incontables. El Dr. Restrepo, con su aura de generosidad y su mente abierta, me obsequió unos minutos de su tiempo al término de los cuales, con una sutil sugerencia, me instó a continuar el legado paterno. ¿Cómo rehusar a tal invitación, a la posibilidad de convertir las palabras en ecos permanentes y no meros susurros en el viento?
El Dr. Nicolás Restrepo fue un ejemplo de visión y fervor por su labor, que había capitaneado este diario con un compromiso tan firme como el acero, defendiendo las causas de Caldas y del Eje Cafetero con la pasión de un guerrero. Su liderazgo, tejido con hilos de inspiración, fue un farol para aquellos afortunados de navegar en su estela. Al brindarme la oportunidad de ser columnista, Nicolás Restrepo no solo me regaló un rincón para desplegar mis pensamientos, sino que también me extendió una invitación para crecer y madurar bajo el alero la libertad que siempre brindó. La confianza que me otorgó para sumarme al diálogo público fue un tesoro más precioso que cualquier joya, permitiéndome forjar mi voz y mi mirada sobre el mundo. La fe de Nicolás no fue un mero acto de benevolencia; fue una muestra de generosidad y valentía que me abrió las puertas a un jardín de ideas nuevas, desafiando mis convicciones y enseñándome que cada voz, por tenue que sea, merece ser escuchada en el gran concierto de la humanidad. La confianza de Nicolás Restrepo fue uno de los principales vientos que impulsaron mis velas, motivándome a sumergirme con más ahínco en las aguas de los temas que encendían mi alma, siempre en busca de la verdad que se esconde tras las palabras.
Escribir en este diario fue un regalo del cielo y Nicolás Restrepo fue su portador. Hoy, sumido en la reflexión del impacto que Nicolás Restrepo ha tenido en mi existencia, mi corazón rebosa gratitud. Gratitud por su confianza, por su guía sabia y por la oportunidad de descubrir mi voz entre el coro de las letras. Él ha dejado una huella indeleble en el periodismo y en las almas que tuvo la dicha de tocar. Por ello, a Nicolás Restrepo, le ofrezco mi más sincero agradecimiento. Gracias por creer en mí, por darme alas para elevarme y aprender, y por enseñarme la fuerza transformadora de la confianza. Su legado perdura, vibrante y vivo, en el periodismo de nuestra nación. Su ejemplo de fe es un regalo que guardaré como un tesoro en el cofre de la memoria.
Ahora, en el inexorable tránsito hacia la eternidad, quisiera dejar en el éter un mensaje desde lo profundo del corazón. Gracias, Dr. Nicolás Restrepo Escobar, por todo. Que el Eterno Creador reciba su alma con agrado.