Recuerdo vívidamente la forma como mi profesor abordó el tema del aborto. Era una calurosa tarde de verano y debíamos examinar el problema jurídico y ético de esta práctica. Con un marcado sesgo ideológico nuestro expositor inició su defensa hasta el punto de que la mayoría de los asistentes al seminario habíamos iniciado un sutil cambio de postura. Ni siquiera las personas que tenían ideas preconcebidas claras estuvieron a salvo. Previo al cierre del espacio académico prácticamente todos estábamos dispuestos a revaluar nuestra creencia en favor de los argumentos del docente y aceptar el aborto como un asunto necesario. Justo cuando pensábamos que las discusiones en torno a la interrupción del embarazo llegarían a una conclusión definitiva, el profesor reveló su verdadero propósito con un giro magistral. Nos enseñó su más reciente publicación en contra de esta práctica y nos reveló que no estaba tratando de convertirnos en defensores inquebrantables del aborto ni en fervientes opositores, sino que nos había llevado hábilmente a través de un ejercicio de pensamiento crítico y empatía. La pregunta era ¿Qué tan manipulables podríamos ser ante los argumentos de otra persona a quien le hemos conferido cierto grado de autoridad académica?”
No son pocos los sucesos en la historia donde el escenario educativo ha fungido como el epicentro de una enigmática y sombría presencia: la serpiente del adoctrinamiento. Una criatura sutil y venenosa que, con sigilo maestro, se desliza hacia las tiernas y moldeables mentes juveniles, como una hoja que flota en la brisa y finalmente se posa con astucia en el rincón más recóndito de la conciencia.
La historia es testigo de cómo regímenes autocráticos y agendas ocultas han urdido sus siniestras telarañas en los pasillos de la educación, como hilos invisibles pero inquebrantables que atan las mentes de los jóvenes a la rueda del pensamiento preconcebido. En la antigua Esparta, un régimen oligárquico instauró su brutal hegemonía, forjando jóvenes guerreros obedientes desde su más tierna infancia. Una educación impregnada de ferocidad y rigidez, diseñada para cebarse en la obediencia ciega y la adoración servil al Estado, convirtiendo a los niños en peones sacrificables en el tablero de la política y el poder. Durante la Edad Media, la Iglesia Católica se erigió como el maestro supremo, manteniendo un monopolio mortífero sobre el conocimiento y la creencia, como un titiritero que manipula las cuerdas invisibles de la doctrina religiosa para guiar las acciones y pensamientos de sus marionetas humanas. El catolicismo fungió como el único credo admitido, asfixiando todo intento de disidencia con implacable determinación, como un viento frío y gélido que congela cualquier voz que se atreva a contradecir la narrativa establecida.
Y luego los nazis. Maestros manipuladores de la Segunda Guerra Mundial, tejiendo su hechizo sobre las mentes jóvenes, como serpientes que susurran promesas de grandeza en los oídos inocentes. En las aulas, sembraron semillas venenosas de odio y supremacía racial, retorciendo la comprensión del bien y el mal en una maraña de contradicciones inquietantes. Sus palabras, como un canto hipnótico, encantaron a una generación y llevaron a cabo actos inhumanos que el mundo aún recuerda con horror.
Pero incluso en el esplendor de este siglo, la serpiente del adoctrinamiento encuentra su refugio en las aulas modernas. Disfrazados como educadores, estos maestros de la manipulación insuflan a las mentes sensibles su particular veneno ideológico, utilizando palabras cuidadosamente elegidas como agujas envenenadas que perforan la barrera de la racionalidad.
Los educadores se alzan como los guardianes de las mentes jóvenes, pero algunos, en lugar de alumbrar, prefieren oscurecer con su propaganda. La educación debería ser una vela que ilumina el camino hacia el entendimiento, no una sombra que arroje dudas y temores. Nos incumbe luchar por el advenimiento de una nueva era en las aulas, donde el libre pensamiento se erija como la corriente principal y las mentes de las generaciones venideras se eleven, libres del yugo del adoctrinamiento, como aves que finalmente rompen las cadenas de la jaula y se elevan hacia el cielo en libertad.
Solo así podremos desenmascarar a la serpiente, y permitir que las mentes jóvenes se eleven y alcancen su máximo esplendor, como soles radiantes que iluminan el mundo con su resplandor inigualable.