La independencia de los partidos políticos en los gobiernos democráticos es un pilar fundamental en la construcción de una sociedad plural y tolerante. Sin embargo, a lo largo de la historia, hemos sido testigos de cómo esta independencia puede verse amenazada por la sombra de la autocracia, especialmente cuando los partidos políticos se convierten en instrumentos de gobiernos absolutistas que rechazan la oposición y la disidencia.
Como afirmó el filósofo John Locke: “Donde no hay ley, no hay libertad”. La democracia requiere un marco legal que permita la convivencia pacífica de ideas y opiniones diversas, protegiendo la independencia de los partidos políticos y garantizando la existencia de una oposición, sin menoscabar su autonomía mediante maniobras opresivas o censura oficial. La antigua Atenas, cuna de la democracia, es un ejemplo de cómo la falta de una estructura legal sólida y el dominio de una élite política pueden dar lugar a la erosión de la democracia y la emergencia de regímenes autoritarios.
Platón, en su obra “La República”, advirtió sobre los peligros de la concentración del poder en manos de unos pocos, y cómo esto podría llevar a la tiranía. Los partidos políticos, como órganos representativos de la voluntad popular, deben mantenerse independientes y no ser cooptados por intereses autoritarios.
En el mundo actual, podemos observar situaciones en las que la independencia de los partidos políticos se ve amenazada por regímenes autocráticos. Estos gobiernos, al aferrarse al poder y silenciar a la oposición, socavan los principios democráticos y, en última instancia, atentan contra la libertad y la justicia. Es responsabilidad de la ciudadanía, así como de las instituciones democráticas, proteger la independencia de los partidos políticos y garantizar que no se repitan los errores del pasado.
En la historia, hemos sido testigos de numerosos casos en los cuales partidos políticos que inicialmente surgieron como oposición, terminaron convirtiéndose en aliados de regímenes autoritarios y despóticos. Esta metamorfosis no sólo profana los fundamentos de la democracia, sino que también pone en riesgo las libertades y derechos fundamentales de los ciudadanos.
Uno de los casos más emblemáticos de este fenómeno es el ascenso al poder de Adolf Hitler en la Alemania de los años 30. El Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP), más conocido como el Partido Nazi, comenzó como una fuerza política de oposición al gobierno de la República de Weimar. Sin embargo, una vez que Hitler se convirtió en canciller en 1933, el partido se transformó en un instrumento de control absoluto del Estado, aliándose con otros grupos conservadores y nacionalistas para establecer una dictadura totalitaria.
En Italia, durante el periodo de entreguerras, el Partido Nacional Fascista de Benito Mussolini también pasó de ser un partido de oposición a convertirse en el vehículo de un régimen autoritario. Después de la “Marcha sobre Roma” en 1922, Mussolini estableció un gobierno de coalición con otros partidos políticos conservadores y liberales, los cuales terminaron siendo cooptados y subsumidos bajo el yugo del fascismo.
Un ejemplo más reciente es el caso de Zimbabue, donde el partido político ZANU-PF, liderado por Robert Mugabe, pasó de ser una fuerza de oposición durante la lucha por la independencia en los años 60 y 70 a convertirse en un partido hegemónico y autoritario que gobernó el país durante casi cuatro décadas. La falta de una oposición efectiva y la represión política sistemática llevaron a la consolidación del poder de Mugabe y su partido, lo que resultó en una crisis política y económica en Zimbabue.
 La independencia de los partidos políticos es crucial para la supervivencia de la democracia y la prevención de la autocracia. La vigilancia constante y la participación de la ciudadanía son fundamentales para asegurar que nuestras sociedades no vuelvan a caer en la trampa de la concentración del poder y la supresión de la oposición.
Los partidos políticos sólidos, críticos y ajenos a todo tipo de “mermelada” son esenciales en los gobiernos democráticos para salvaguardar nuestras libertades y derechos. Debemos recordar las palabras de Locke y los ejemplos históricos para evitar cometer los mismos errores y mantener vivos los ideales democráticos. La responsabilidad recae en cada uno de nosotros como ciudadanos, para que la autocracia no encuentre un hogar en nuestras sociedades y podamos disfrutar de una convivencia pacífica y plural.