Las palabras de los hombres públicos se registran con una impronta atemporal. Sus discursos y mensajes permanecen en el tiempo para convertirse en pesados lastres cada vez que las circunstancias los obligan a actuar en contra de sus propias posturas. Como lo diría Freud, “el hombre es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla”.
Confiamos en la inocencia del ministro Iván Velásquez, quien debe gozar de todas las garantías para ejercer su derecho a la defensa en el ámbito internacional. Sin embargo, las recientes declaraciones del presidente Gustavo Petro, con ocasión de un eventual requerimiento para que el ministro comparezca ante la justicia guatemalteca para responder por eventuales casos de corrupción, deja en el ambiente una serie de sensaciones que distan mucho de lo que en el pasado se esgrimía e invitan a una serie de reflexiones jurídicas, que no políticas, sobre la forma en que el gobierno nacional viene abordando este tinglado asunto.
En primer lugar, el prejuzgamiento. Confiar en los integrantes que por sus méritos hacen parte del gabinete ministerial es natural. No tendría ningún sentido que un dirigente deba guiar los destinos de una nación con colaboradores sobre los cuales se han sembrado suspicacias profundas. No obstante, las expresiones certeras emitidas por el presidente de la República, quien debe autorizar o no una eventual solicitud de extradición de una persona, defendiendo, antes de conocer los detalles del asunto, la inocencia del ministro cuyo caso eventualmente deberá examinar en el futuro, es, en lo jurídico, un claro prejuzgamiento. El actual gobierno se rasga las vestiduras y advierte públicamente que no accederá a las solicitudes del país hermano lo cual conlleva el incumplimiento de las obligaciones internacionales asumidas por el Estado Colombiano mediante Ley 40 de 1930, por la cual se aprobó el tratado de extradición entre Colombia y Guatemala. Pero más grave que ello, es la coherencia. El presidente de la República expresó: “… si Guatemala insiste en apresar hombres justos, pues nosotros nada tenemos que hacer con Guatemala”. Este axioma de elemental justicia internacional debería aplicarse a todos los regímenes autocráticos con los cuales el gobierno insiste en mantener relaciones diplomáticas. La tiranía impuesta por un déspota bananero en Venezuela es el mejor ejemplo de ello. A la fecha el régimen dictatorial de Nicolás Maduro mantiene cerca de 257 presos políticos, detenidos por luchar en favor de la libertad de un pueblo oprimido por la voluntad de un sátrapa quien, por mantener sus garras en el poder de la primera potencia petrolera del mundo, ha hecho oídos sordos del hambre, la miseria, la desesperanza y el éxodo de su gente. En otras palabras, si los presos son venezolanos, detenidos por la arbitrariedad de un régimen opresivo, está bien para el gobierno colombiano. Si por el contrario se cuestiona (solo cuestiona) a un solo funcionario de su cartera, la ruptura diplomática si es una opción. Bienvenido nuestro representante en Guatemala quien ya ha sido llamado a consultas.
Finalmente, nuestro pacífico presidente ha dejado a un lado su política de paz total y ha encendido los ánimos contra Guatemala. En su más reciente trino, respondió de manera indirecta al presidente del país centroamericano, quien invitó a Petro a la cordura. Con poco ánimo conciliatorio, nuestro representante gubernamental sentenció: “Cordura en política significa luchar contra la corrupción. Quienes permiten que la mafia se apodere del estado solo conducen a la sociedad a al genocidio. La historia de Guatemala y Colombia están llenas de genocidios por entregar el estado a las mafias”.
Flaco servicio se le presta a la estabilidad de la república colombiana calificando al presidente de un país hermano como mafioso y genocida, prejuzgar los asuntos que no han sido sometidos a su conocimiento o mantener una doble línea argumentativa increpando al presidente Guatemalteco Alejandro Giammattei por mucho menos de lo que ha guardado silencio con Nicolás Maduro. Al contrario de lo que piensa el presidente Petro, mucho tenemos que hacer con Guatemala.