Arthur Neville Chamberlain, fue el Primer Ministro Inglés entre 1937 y 1940. Debió, desde su posición, enfrentar el avasallamiento del régimen nazi sobre Europa. Con actitud conciliadora y buscando siempre aplacar el voraz apetito del Tercer Reich, Chamberlain participó junto a su homólogo francés Édouard Daladier en la celebración de los “Acuerdos de Múnich” que, a instancias del Duce Benito Mussolini, incorporaron la cordillera de los Sudestes a Alemania. El propósito del régimen nazi no era menor. Esta cadena montañosa se convertiría en una infranqueable fortaleza natural de su territorio en la estrategia bélica que se difuminó por toda Europa. Esta actitud servil se conoció como “Política de apaciguamiento” y le otorgó a Hitler las fortificaciones necesarias para iniciar la segunda guerra mundial. Las ovejas le dieron al lobo todo lo que necesitó para hacerse más fuerte. 
Este breve relato histórico devela la crudeza de la verdad. Quien claudica ante los violentos, por sus armas muere. Los dirigentes franceses e ingleses, aterrados por los horrores de la guerra que tocaba sus puertas, cedieron consistentemente ante una Alemania que se erigía poderosa en clara violación al Tratado de Versalles. Ya no importaba si el pueblo germano saltaba por la barda las normas elementales de derecho internacional. Lo importante era apaciguar la voracidad del Reich a cualquier precio. De nada les sirvió claudicar una y otra vez pues a la postre sucumbieron ante el Führer.
Lo relatado nos traslada a la triste realidad colombiana. El gobierno nacional, débil ante los diferentes fenómenos de criminalidad que azotan a nuestro país, se ha obstinado con empequeñecer las capacidades militares, policiales e institucionales en la búsqueda de la paz total. ¿Qué propósito es más noble que la paz? Preservar la vida sobre cualquier ataque, defenderla a ultranza y suprimir todas sus amenazas debe erigirse como un pilar para las próximas generaciones que hoy se preparan para dirigir este bello planeta azul. Para lograr el anhelado estado de seguridad y bienestar, este requiere cimentarse sobre la certeza que detrás existirá un estado fuerte, decidido, estructurado institucionalmente, esterilizado contra el cáncer de la corrupción, preparado contra los desafíos externos que no responden a los intereses nacionales, con el control absoluto de las armas y dispuesto a su uso para preservar la seguridad de todos los ciudadanos de su país. 
Pero no. La paz total hoy se cimenta sobre otros pilares. La única desmovilización que hasta la fecha se ha promovido es la de las fuerzas militares, quienes han debido permanecer inermes ante todos los fenómenos criminales que nos golpean cada día. Invasiones ilegales, hurtos, narcotráfico, secuestros, y cualquier fenómeno que provenga de delincuencia organizada deberá pasarse por alto para no vulnerar el cese al fuego multilateral. Este tipo de políticas favorecen a las estructuras criminales organizadas que hoy reciben todo a cambio de nada.  
Deseo profundamente que quien esto escribe se equivoque y en unos años podamos celebrar la pacificación total de nuestra patria. Que los campos reverdezcan con cultivos productivos, que las ciudades palpiten con una economía próspera, que la ciencia y la tecnología cope las mentes de nuestros jóvenes en lugar del dinero fácil que se ha hecho cultural por generaciones. Pero la crudeza de la realidad dice algo diferente. Los móviles de los grupos armados en Colombia son mayoritariamente económicos. La lucha ideológica ha ido cediendo paso a las actividades vinculadas con las drogas. En su mayoría, los comandantes de los grupos armados no abandonarán (como no lo han hecho en el pasado) estos emporios del crimen que les representan ganancias millonarias para firmar un acuerdo que les otorgue un pírrico ingreso mensual. No existe ningún estímulo para hacerlo.
La paz es posible. Mediante una negociación que esté determinada por un Estado fuerte, militarmente capaz, con personal motivado, bien preparado, con capacidades para la acción en cualquier parte del territorio, que haya amputado todo fenómeno de corrupción, alejado de la politiquería, respetando por los Derechos Humanos y centrado en resolver las penurias de quienes realmente requieren de asistencia gubernamental. Una paz que se construya en la fuerza de lo que somos y no en el temor de lo que perderemos. Una paz que cree la necesidad de firmar acuerdos serios donde las partes tengan un compromiso inquebrantable de permanecer en ellos, pues de lo contrario existirá una institucionalidad gubernamental que los combatirá con determinación. 
Con respeto sugerimos al gobierno prepararse para un proceso con grupos ilegales que han burlado la confianza de los colombianos una y otra vez recordando la célebre frase del escritor romano Flavio Vegecio: “Si quieres la paz, prepárate para la guerra” (si vis pacem, para bellum).