Duele el alma al ver la feria de principios en el recinto que debería ser el hogar de la moral y los valores democráticos. Se compra el futuro y se vende el futuro, cuando en realidad los padres de la patria se están encargando que no exista un futuro que anhelar. En el capitolio nacional parece que se vive de la traición y la transacción comercial de las conciencias, en un juego de poderes donde los ciudadanos se encuentran en el último escalafón de las prioridades nacionales. Antes de ello prima la vanidad, la burocracia, el dinero y, desde luego, el poder. 

La reciente aprobación de la mayoría de los artículos de la controvertida reforma a la salud, impulsada por la acción de congresistas del Partido Conservador y La U, se erige como un estandarte de traición y desilusión política. Este episodio, trascendiendo el ámbito de las maniobras políticas habituales, se revela como una vergüenza abrumadora, una renuncia flagrante a los principios y compromisos asumidos ante el electorado.

Este giro inesperado en la política colombiana refleja un abandono de los valores democráticos y una indiferencia preocupante hacia el bienestar de los ciudadanos. La acción de estos congresistas, quienes se comprometieron a defender los intereses de la población, se ha convertido en un símbolo de la política oportunista y de intereses ocultos que priorizan agendas personales y partidistas sobre la salud y las necesidades de la gente. Este hecho no solo es una afrenta a la ética y la moralidad, sino también una traición a la confianza depositada por los ciudadanos en sus representantes electos.

La sabiduría de los antiguos filósofos griegos, que contemplaban la política como un arte orientado hacia el bien común, parece haberse perdido en las corrientes de la demagogia moderna. Como Platón señalaba, “El castigo del hombre sabio que se niega a participar en la política es ser gobernado por hombres más ignorantes”. Este castigo se hace evidente hoy en día, donde la omisión de principios y la falta de compromiso con la ética han permitido que se perpetúen decisiones que no solo afectan el presente, sino que también comprometen el futuro.

“El carácter de un hombre es su destino”, nos recordaba Heráclito. Este evento nos hace reflexionar sobre cómo las decisiones de unos pocos pueden moldear un destino colectivo lleno de reproches y cuestionamientos. La decisión de asegurar el quórum y apoyar una reforma tan debatida y controvertida refleja una crisis ética y moral en las esferas del poder, poniendo en evidencia una alarmante desconexión entre los representantes electos y los principios que afirmaron defender.

En un momento donde la confianza pública en las instituciones políticas es cada vez más frágil, actos como este solo sirven para profundizar la brecha entre los ciudadanos y sus representantes políticos. Es imperativo que los ciudadanos recobren su voz y exijan responsabilidad y transparencia a sus líderes. La democracia no solo se ejerce en las urnas, sino también en el constante escrutinio de aquellos que han sido elegidos para servir. 

Estas líneas no solo se escriben como una crítica a un evento político específico, sino un llamado a la reflexión sobre la necesidad imperiosa de integridad, transparencia y compromiso genuino con el bienestar público en el ámbito político. Los ciudadanos de Colombia, y de cualquier democracia, merecen líderes que representen de manera auténtica sus intereses y no se dejen seducir por las trampas del poder y la conveniencia política. La salud y el futuro de una nación no deben ser sacrificados en el altar de la política partidista y los juegos de poder. Pretender hacerlo es, con todo, una vergüenza.