Si Germán Vargas Lleras presentara su nombre como candidato a la Presidencia de la República, sin duda lo acompañaría. Poseedor de una destreza política acumulada a través de largos años en el sector público, ha demostrado su liderazgo y tesón para conducir los caminos de la Nación por senderos de seguridad, emprendimiento y libertad. Su nombre aglutina opiniones favorables que ven en él a un líder cuya voz debe ser tenida en cuenta en la oscura noche que atraviesa Colombia.
Pero la política en las democracias modernas implica un ejercicio crítico, libre de caudillismos, que reconoce que los gobernantes son hombres y no dioses, que por naturaleza son falibles, que no están destinados a ocupar un lugar en los altares domésticos, sino a prestar un servicio a la Patria, dirigentes que ven en sus colaboradores personas con criterios que deben y merecen ser escuchados, en lugar de borregos obsecuentes dedicados a aumentar su círculo de áulicos bajo el temor punzante de ser arrojados a la calle con una lánguida “declaratoria de insubsistencia”. En otras palabras, la democracia actual necesita líderes y no dictadores.
Gustavo Petro ha seguido el ejemplo nefasto de Nicolás Maduro en Venezuela, quien convocó una Asamblea Constituyente cuando le resultó imposible ejercer un control omnímodo sobre un Congreso con mayorías opositoras. De poco le han servido las estrategias al “menudeo” para cambiar la balanza en el Congreso, pues ha resultado víctima de la detonación de la coalición de Gobierno, estallido que él mismo realizó. Ante la incapacidad para encontrar consensos y recomponer sus fuerzas parlamentarias, ha optado por el atrincheramiento ideológico, radicalizando sus posturas y tensando la cuerda de la democracia colombiana. El presidente ha persistido en imponer su visión unilateral del país, sin considerar que, según las encuestas, más del 60% rechaza su gestión y el 47% votó en su contra en las pasadas elecciones presidenciales.
¿Por qué resulta descabellada esta iniciativa? Varias razones de peso: Sea lo primero rescatar la importancia de una Constitución. Como norma fundamental, define la estructura de los Estados, su composición, funcionamiento, poderes instituidos y órganos de control. Nada resulta más sensible para la vida de la nación que la Constitución Política. Por definición, una Asamblea Constituyente invoca el poder primario que reside en el Pueblo de Colombia para modificar todo cuanto le plazca, desde el modelo económico, las libertades y garantías individuales hasta los poderes públicos, su elección y duración.
Parodiando a Rafael Correa, resulta imposible creer en un hombre que ha cambiado de opinión tantas veces. En diversos momentos Gustavo Petro aseveró que no realizaría esta convocatoria. Hoy expresa lo contrario. De la misma manera hoy asegura que no le interesa mantenerse en el poder, pero en su entrevista en El Tiempo deja entrever que no descarta un ajuste en los periodos de Gobierno: “No me interesan esos temas. Varias veces ha salido el asunto de que el periodo de los alcaldes coincida con el presidencial. Y allí tienen que hacer un ajuste constitucional. Pero mi obsesión no es esa”.
Observemos que el propio presidente acepta la necesidad de unificar el periodo de alcaldes y gobernadores, lo cual rompería el sistema de pesos y contrapesos entre autoridades nacionales y locales que existe hoy en Colombia. Esto implicaría de suyo modificar el periodo de 1.154 mandatarios locales o, por el contrario, de un solo mandatario nacional. La respuesta es evidente. La federalización es otro fantasma que ronda la Constituyente. Otorgar autonomía completa a territorios que hoy están, de facto, controlados por el hampa y los bandidos, implicaría perder el control sobre más de la mitad del país. Solo imaginemos a un pequeño alcalde de un recóndito pueblo colombiano, combatiendo en soledad contra las disidencias del Estado Mayor Central o contra el temido Clan del Golfo. Imposible un peor escenario. Ni qué decir del modelo económico en manos de una Constituyente auspiciada por un estamento que hoy ve a los empresarios como enemigos.
Con respeto, considero que Germán Vargas Lleras se equivoca al suponer que el Gobierno se quedará de manos cruzadas en una eventual Constituyente, dejando que las deliberaciones transcurran de manera libre y democrática. El Gobierno dispondrá de todos sus recursos para hacer lo que siempre procura: imponer su visión unilateral sin acuerdos. Los demás que se jo…