Como colombiano, duele e indigna el tono desobligante de la vicepresidenta Francia Márquez en su reciente entrevista con la revista Semana al referirse al uso de los helicópteros artillados Black Hawk que posee el Estado Colombiano para desplazarse hasta su vivienda en el Valle.
Al margen del hecho cierto e irrefutable que la señora Márquez debe contar con las condiciones de seguridad necesarias para ejercer la dignidad que le ha sido conferida durante el presente cuatrienio, resulta infame la manera como el gobierno del cambio parece sujetarse a las mismas prácticas que juró combatir. Tiene toda la razón, existen muchas razones para “llorar”, porque nos sentimos “de malas” frente a las enormes complejidades que el país representa y que parecen haberse agudizado durante los últimos meses.
Lloramos por los caídos. Los ríos de sangre en Colombia no se han detenido y los cuerpos de las masacres se siguen apilando sobre lágrimas de madres que ahogan un grito de dolor en el silencio de la impotencia. Los asesinatos selectivos no se detuvieron el 7 de agosto pasado y nos vimos obligados a vestir de luto en 54 masacres desde que el gobierno del cambio asumió el control de la fuerza pública.
Lloramos por la polarización política que algunos funcionarios se encargan de atizar. Expresiones como “oligarquía”, “élite” o “dueños del capital” hacen parte del léxico que nos hemos acostumbrado a escuchar sin cesar durante los últimos 8 meses. El lenguaje de división que se ha propagado contraviene de forma explícita el mandato de unidad que le fue conferido al Presidente de la República por la Constitución Política de Colombia a través del artículo 188 que lo ungió como símbolo de “la unidad nacional y al jurar el cumplimiento de la Constitución y de las leyes, se obliga a garantizar los derechos y libertades de todos los colombianos” y no solo de quienes votaron por él.
Lloramos por la humillación a que es sometida la Fuerza Pública en cumplimiento de sus deberes. A ésta se le exige, con justicia y razón, el respeto por los derechos humanos y las garantías individuales. Empero, observamos impávidos la forma como jóvenes humildes y vestidos de uniforme, deben tolerar todo tipo de maltrato, ofensas y bajezas que, inclusive, los obliga a guardar silencio ante la pérdida de su propia vida como sucedió con el subintendente Ricardo Arley Monroy Prieto en la vereda Los Pozos en el Caquetá.
Lloramos por el amparo que se le ha brindado a la delincuencia en nuestro país, que ha hecho que la inseguridad reine en cada palmo de los campos y las ciudades y cuya impunidad pareciera ser defendida en todos los niveles estatales. Los bandidos se han tomado a Colombia, los narcotraficantes deambulan por las calles con licencia para “traquetear”, la coca brota a borbotones de la tierra, las generaciones de jóvenes se pierden por el poder económico de estos facinerosos y no existe control para el crimen que reina en nuestras fronteras. Por lo pronto, los malvados gozan de prebendas y beneficios que le pueden otorgar posibles negociaciones con el gobierno, mientras los hombres buenos deben esconderse para no caer bajo una bala asesina. El mundo al revés.
Lloramos por la economía. La incertidumbre cambiaria, la inflación desbordada, la perdida de la capacidad adquisitiva de los hogares, la cascada de reformas improvisadas y los funcionarios que reman en sentidos opuestos a sus colegas parecen la constante en una administración primípara.
Lloramos por la incoherencia. Carece de sentido sostener que en el gobierno del cambio se buscará poner el pan sobre la mesa de cada colombiano, mientras se auspicia el uso de helicópteros artillados para la comodidad personal y no de las funciones de públicas de sus integrantes pues, sea oportuno mencionarlo, el corregimiento de Dapa no es la residencia privada asignada al vicepresidente en ejercicio pues esta se encuentra contigua al palacio presidencial.
“Podemos llorar” los colombianos en razón a la cruda realidad de nuestro país frente a una administración que ascendió con las banderas del cambio y de “vivir sabroso”. No cabe duda de que estamos “de malas”.