Ante el eventual hundimiento de la reforma laboral en el Congreso de la República, el presidente Petro, una vez más, saca un trino amenazando al legislativo, diciendo que se acerca una ruptura entre el Congreso y el Gobierno, a la par de otro pidiéndoles a los trabajadores que se tomen las calles.

Ese talante en el que se desprecian las decisiones que no coinciden con la voluntad del ejecutivo ha sido una constante en el comportamiento del primer mandatario.

Me parece que para entender lo que está pasando es necesario recurrir más a la psicología que a la ciencia política, pues necesitamos profundizar en lo que se llama una personalidad autocrática; es decir, un individuo que se caracteriza por un estilo de liderazgo dominante, centralizado y autoritario, en el cual la toma de decisiones recae exclusivamente en una figura que ejerce un control absoluto.

Este tipo de líder tiende a imponer su voluntad sin considerar las opiniones de otros, priorizando la obediencia y la lealtad sobre la colaboración.

Estos líderes comparten características como la intolerancia a la crítica, la concentración de poder en su persona y la manipulación de las instituciones para volverlas dóciles reflejos de su voluntad.

Suelen utilizar el miedo y la propaganda para mantener el control, justificando sus acciones bajo la premisa de “orden” o “estabilidad” o la “voluntad legitima del pueblo”.

Además, tienden a rodearse de personas sumisas que refuerzan su autoridad, evitando voces discordantes.

Desde una perspectiva psicológica, la personalidad autoritaria se caracteriza por una necesidad compulsiva de control, una visión maniquea del mundo (dividido entre “amigos” y “enemigos”) y una baja tolerancia a la ambigüedad.

Estos individuos suelen mostrar rasgos narcisistas, como una excesiva autoestima y la creencia de que están por encima de las normas.

También tienden a ser dogmáticos, rechazando ideas que contradigan sus creencias, y pueden mostrar tendencias paranoicas, viendo conspiraciones donde no las hay.

La personalidad autoritaria suele estar asociada con una falta de empatía y una tendencia a deshumanizar a quienes consideran oponentes.

Los efectos de este tipo de liderazgo sobre la democracia son profundamente negativos.

La concentración de poder en una sola persona erosiona los principios democráticos, como la separación de poderes y el Estado de derecho.

Las instituciones independientes, como los medios de comunicación, el poder judicial y las organizaciones civiles, son debilitadas o cooptadas para servir a los intereses del líder.

La libertad de expresión y la participación ciudadana se ven severamente limitadas, ya que cualquier forma de disidencia es señalada y amenazada. Esto genera un clima de miedo y desconfianza, en el que muchos se ven obligados a autocensurarse.

Además, la personalidad autocrática tiende a polarizar a la sociedad, dividiéndola entre seguidores leales y opositores. Esta división puede llevar a conflictos sociales y políticos, ya que se fomenta la desconfianza hacia quienes piensan diferente.

En el largo plazo, este tipo de liderazgo puede generar un retroceso en los avances democráticos, dejando un legado de corrupción, impunidad y desigualdad.

Los demócratas no podemos dejarnos ni asustar, ni arrinconar, ni amenazar, es el momento de tener claridad y carácter porque la democracia no puede debilitarse por las ínfulas autocráticas del mandatario de turno.