El adjetivo es la palabra que más se repite en talleres y manuales de escritura.

La usan no para alabarla, sino para desprestigiarla: es síntoma de una humanidad que hay que acabar, de un lenguaje que hay que igualar.

Pero, como la vida, los manuales de escritura no hay que tomárselos al pie de la letra.

Es más, para aprender a escribir antes hay que evitar las listas de consejos que no enseñan a escribir sino que cortan la creatividad, limitan al escritor en su capacidad de decisión y lo ponen en aprietos con “tips” que no entiende y fórmulas que lo harán repetir más que comprender.

Este texto, sin embargo, no es sobre las falacias de los manuales sino sobre los adjetivos.

¿Cuál es la razón por la cual existe animadversión hacia ellos? La respuesta: por el exceso en el que los autores caen para describir la emoción que les incita un objeto.

Hay quienes creen que escribir es sumar adjetivos en la frase.

Es un problema de esos autores, no de los adjetivos. Algo así sucede con las drogas: el problema no es de la mata que no mata sino de quienes la consumen (sobre todo de quienes la comercializan). Entonces: el problema no es del adjetivo sino de quienes los consumen excesivamente: quienes creen que van a implantarle al lector sus sesgos, y que para eso basta con edulcorar aquí y allá los sustantivos.

Pensemos en esto: con los adjetivos podemos decir el tipo de luz que es la esperanza, o de qué forma reconforta la serenidad de un abrazo, o cómo acarician las manos de un padre.

Los adjetivos son el espejo de los sentidos: cómo sentimos el matiz de un color, la llama de una pupila, el ojo del desprecio. También son el espejo del amor, del miedo, de la incertidumbre: hay quien dice que describir es amar.

La lectora puede hacer un experimento: busque a los escritores que descreen de los adjetivos, luego indague en sus textos y encontrará más de uno en ellos. Quien señala con el dedo resulta ser un pecador.

En el gremio de los escritores y de los periodistas ha hecho escuela una postura según la cual solo se hace escritor quien es capaz de decir en público: “hay que escribir sin adjetivos”. Y quien lo dice debe poner cara de intelectual o de irreverente.

También he oído decir, sobre todo en periodismo: “donde hay un adjetivo hizo falta más investigación”. Y no digo que no. Estoy es en contra de esgrimirla como una fórmula: si escribes sin adjetivos, entonces eres un escritor; si escribes con adjetivos, entonces eres un no escritor. Qué sorpresa se darían si leyeran La vorágine, Cien años de soledad, Orlando o El Quijote. Qué sorpresa se darían si descubrieran que hay escritores que, inclusive, cambian los adjetivos por sustantivos y los sustantivos por adjetivos.

Para el final: lo que más aprecio de los adjetivos es que son prescindibles, como en esta columna.