Oliva piensa que los derechos son para las ricas. Quiso estudiar para ser profesora, pero las cosas que le han pasado la obligaron a no cumplir su sueño y a quedarse como ama de casa en una vereda de Pensilvania. A sus cuarenta y seis años, con mucho esfuerzo, aprendió a unir palabras para registrar su historia en un diario. Para desahogarse. Todo comenzó con la muerte de su madre: paría a su decimoprimer hijo cuando murió. El recién nacido sobrevivió tres meses. Oliva se volvió la madre de sus hermanos, y su padre intentó convertirla en su esposa: por la noche se le metía en la cama y la tocaba. No contento con eso, una vez le pegó. Oliva no sabía cómo actuar. A pesar de dejar a sus hermanitos en la pobreza, se escapó. Le dijo a Eva, su hermana de catorce años, que pronto volvería por ellos. Eva fue quien terminaría supliendo a su madre.
Oliva se voló a trabajar como empleada doméstica en Marquetalia, en una casa donde le pagaban con la comida y la dormida. Una vez mercaba y se encontró con su traga de la infancia, John. Él ya no era el mismo niño; ya olía a trago y a cigarrillo. Sin muchas vueltas, decidieron casarse. Ella le dijo que sí, sobre todo para ayudar a sus hermanitos: Eva resultó con un hijo, y eso que no se le conocía novio. Oliva imaginó lo peor. Fue mucho el trabajo en el campo y en la casa. Al principio Oliva y John se la llevaban bien, pero él se transformaba con el trago. Oliva no podía hacer nada frente a la violencia de su esposo, que empezó cuando le rasgó la única piyama que tenía y se desfogó en su cuerpo. Al terminar la jornada solo quería descansar y ver la novela; el olor a trago, cigarrillo y perfumes de cantina le anticipaban una larga noche. O se dejaba o eran los planazos. De sus cuatro hijos, el primero fue el único esperado. Ella solamente deseaba la parejita. Pensaba que iba a ser bonito.
Su último hijo se llama Daniel. A la vereda llegaron los hombres armados. Como su esposo no les había pagado la vacuna mensual, les tocó fiar para invitarlos a cerveza. Eran días de aguapanela y huevo. Esa madrugada Oliva se paró a apagar la música. Su esposo dormía borracho. Uno de ellos la arrinconó en el lavadero. Ella trató de gritar cuando la desgarró. El hombre le dijo que si decía algo los mataba a todos. A los meses fueron los mareos. Luego fue Daniel. Oliva no podía planificar: su esposo no la dejaba. Supo que algo le pasaba al sentirse un olor diferente. Le picaba el sexo y le salía una agüita rara. Pudo ir al centro de salud. Y para cerrar el círculo como una camándula oxidada de violencias, le dijeron que padecía una enfermedad de transmisión sexual. Su mañana no fue bonito.
Esta historia aparece en una carta de una mujer rural caldense, participante del proyecto Mujer círculo y mujer espiral, de la Red Nacional de Mujeres Nodo Caldas (https://acortar.link/2dhX3I), parte del movimiento Causa Justa (movimiento que propició la decisión de la Corte Constitucional de despenalizar el aborto hasta la semana veinticuatro). El libro Conversaciones fuera de la catedral (Debate, 2024) ayuda a comprender la historia de Oliva (como la de muchas otras mujeres). En la obra, la periodista Laila Abu Shihab entrelaza con rigor los testimonios de las pioneras del movimiento (Cristina Villarreal y Ana Cristina González) alrededor de la historia de ese derecho en Colombia, con sus luchas, sus victorias y sus temores. Una obra que muestra cómo este es un compromiso central para las democracias actuales, y cómo sus conversaciones deben salirse de los púlpitos para alcanzar la dignidad y la vida en nuestra sociedad.