Con base en las reflexiones anteriores sobre el progresismo como un giro necesario, y sobre el liderazgo de Gustavo Petro en ese proceso, el Frente Amplio se perfila como la estrategia más viable para asegurar la sostenibilidad del cambio. No se trata de un simple reagrupamiento electoral ni de sumar directorios partidistas bajo nuevas siglas: es la oportunidad de articular ciudadanía, movimientos sociales y Estado en una causa común transformadora.

Ya lo decía Gustavo Petro en su primer discurso presidencial: “El pacto es con la gente”. Más que un lema, la frase encierra la esencia de lo que viene: transformación de la cultura política.

Esos intentos ya se han hecho. En los años 80 se habló del “sancocho nacional”, en el 2018 se propuso “Colombia Humana”, y en el 2022 fue el Pacto Histórico, que logró lo que parecía imposible: triunfar con fuerzas diversas bajo las banderas del compromiso ético con el cambio, lo que permitió al progresismo llegar al poder con legitimidad social y respaldo popular. Pero también mostró sus fragilidades: la excesiva dependencia de un liderazgo individual, la débil estructura organizativa y la limitada conexión con las bases sociales.

El reto ahora es pasar de un pacto electoral a un frente social y político realmente popular, capaz de sostener el proceso transformador más allá de los ciclos electorales. Y eso es con la gente.

La experiencia latinoamericana ofrece lecciones valiosas. En Uruguay, el Frente Amplio fue más que una coalición: fue una escuela de formación política, un espacio de construcción de consensos entre sindicatos, movimientos estudiantiles, cooperativas y partidos progresistas. En México, Morena logró capitalizar el hartazgo ciudadano con una estructura flexible pero disciplinada, en la que la agenda social no dependía solo de López Obrador. En Chile la renovación generacional con inclusión social llevó a Gabriel Boric a la Presidencia, y en Brasil el frente nacional llevó a Luiz Inácio Lula da Silva de nuevo a la Presidencia con base en alianzas pragmáticas y comunicación emocional. En todos los casos el secreto fue entender que el poder popular se construye desde las bases, no desde la cúpula.

Colombia puede aprender de esas experiencias, pero también debe cuidarse de sus propios demonios. Las prácticas tradicionales de los partidos -clientelismo, burocracia, cálculo electoral- amenazan con cooptar el proceso transformador y convertir el Frente Amplio en una repartición de cuotas, o en un club de dirigentes que negocian puestos mientras el país espera resultados. La tarea es romper esa lógica, abrir espacios reales de participación ciudadana y mantener viva la energía popular que hizo posible el triunfo en el 2022.

El Frente Amplio no debe ser la continuidad del Pacto Histórico; debe ser una renovación profunda que convoque a quienes no se sienten representados por los partidos, pero sí por las causas sociales: la justicia social, la equidad territorial, la paz total y la defensa de la vida, por ejemplo. El cambio no vendrá solo de “los políticos”, vendrá de la gente que se atreva a creer en una Colombia distinta.

El progresismo no es una ideología cerrada: es un camino de aprendizaje constante y colectivo. En el 2026 no se trata de elegir a un salvador, sino de consolidar una cultura política que defienda el bien común; no es una batalla de nombres, sino de principios.

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Posdata: La transformación en Colombia no se mueve por rencores ni nostalgias, va de respeto, de memoria y de dignidad. Nos llaman locos por querer justicia social, equidad territorial, paz total y defensa de la vida, entre otras cosas; locura es conformarse con menos.