En agosto, sin ruido, la Guardia Costera de EE. UU. descargó en Fort Lauderdale, Florida, la friolera de 28 toneladas de cocaína. El cargamento es suficiente para producir sobredosis en toda la población del estado, 25 millones de personas. Su valor mayorista era medio millardo de dólares. Se duplicaría, mil millones, en las calles. Hubo 19 incautaciones en dos meses en el Caribe y el Pacífico Oriental, por fuerzas conjuntas norteamericanas y europeas. Se arrestaron 34 traficantes in fraganti con helicópteros, drones y barcos medianos, sin bajas.
En abril del 2020, primer mandato, Trump lanzó una operación militar antidrogas al Caribe para desmontar el régimen corrupto por el narcotráfico de Nicolás Maduro y anunció una recompensa de 15 millones de dólares. “No permitiré que los traficantes aprovechen la pandemia para destruirnos”, dijo. En ese momento, Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional venezolana y hermano de la vicepresidenta Delcy Eloína, declaró que daba la bienvenida a una operación “que por primera vez deja ver interés de EE. UU. en controlar sus permeables fronteras inundadas por la coca que su aliado, Colombia, le envía permanentemente”. Hoy hay despliegue militar nuevamente, mayor, con las mismas razones y una recompensa tres veces más grande por el mismo Maduro. Nos señalan igual.
La cocaína viaja más por el Pacífico que por el Caribe. No es el principal problema de adicción en EE. UU.: lo es el fentanilo, droga que Colombia no produce masivamente; o no todavía. Es 100 veces más poderoso que la morfina y la mayor causa de sobredosis letales. Proviene de China, México y Canadá, los que han sufrido la andanada de aranceles de los primeros meses de Trump 2.0.
La inteligencia suma con que la señora Sheinbaum ha manejado la situación y a Trump, logró que México, el mayor proveedor de fentanilo propio o chino, y uno de los mayores de coca y heroína, sea el menos afectado por las tarifas. La geopolítica de vecindad que involucra potencial migración ilegal y la legal más numerosa, 50 millones de mexicanos en EE. UU., ha primado en las decisiones de la Casa Blanca y el Pentágono.
Nigeria, de 250 millones de habitantes, salta a la atiborrada escena. Trump le suspendió toda ayuda y dijo: “Hay que defender a los cristianos nigerianos de los ataques terroristas musulmanes y lo haremos por la fuerza, revólver en mano, sin piedad y rápidamente”. No dudo que haya persecución a los cristianos en ese país; pero es petrolero y minero, el más corrompido de África, famoso por el tráfico de drogas hacia Europa y Oriente y la capacidad para lavar activos.
Mientras se legalizan, luchar contra las drogas puede hacerse con fortaleza, sin aspavientos, como hace Portugal. O ser excusa para fines geopolíticos más amplios en Venezuela, Nigeria, incluso Colombia, países petroleros, mineros, y candidatos a ser dominados por China.
Por eso hay que tener, como México, la mejor relación con quien toma esas decisiones y desear que funcionen.