Por cuatro escalones asciende la gratitud. Primero, como emoción, muy breve (el amigo emocionado nos abraza al prestarle dinero, pero nos abomina cuando le cobramos). Segundo, como sentimiento (más duradera, pero igual desaparece). Tercero, como virtud natural la han definido como el reconocimiento de la bondad humana: quien es grato identifica e incorpora la bondad de su benefactor. Y digo que es virtud porque se trata aquí de una disposición permanente a agradecer. Del cuarto escalón, pienso que la gratitud es una virtud cósmica en cuanto perfecciona y engrandece el espíritu humano. Luego se verá.

No goza del aprecio político. Maquiavelo (“El Príncipe”, cap. XVIII), previno al gobernante: “Los hombres son ingratos, volubles… mientras les haces el bien, están contigo… pero cuando llega el peligro, se vuelven contra ti”.

Robert Greene, nuestro Maquiavelo contemporáneo, muy simpático, zumbonamente materialista e implacable, en “Las 48 leyes del poder”, regla 13: “Cuando pida ayuda, no apele a la gratitud de la gente sino a su egoísmo”. Cita el caso de Castruccio Castracani, señor de Lucca, siglo XIV, quien había sido ayudado en su ascenso por la familia Poglio.

Descontenta esta, se amotinó; Stefano Poglio convenció a sus hermanos que depusieran, fue donde Castruccio, le recordó sus ayudas, las anteriores y en esa emergencia. Este, “agradeció”, los invitó a cenar esa noche, a los Poglio, y los asesinó en el comedor.

Después, Greene sufrió un derrame, meditó, y pasó a considerarla muy diferente, la gratitud, así: un remedio contra las emociones negativas, entre ellas la envidia; un presente de humildad y sabiduría; una práctica que modifica nuestra percepción del mundo, pues dejamos de mirar lo que nos falta, poniéndonos de presente lo que tenemos y hemos recibido; un factor de crecimiento personal y de bienestar emocional.

En este sentido, una cósmica sensibilidad que agradece. Alice Walker, en “El color púrpura”, increpa gratitud: “…de lo que Dios ha hecho… en una hoja de maíz (cómo la hace)… en el color púrpura (de dónde viene)… en las florecillas silvestres.”. O Borges: “¿Quién no agradece el agua, el alba, la lealtad, el pan?” Gratitud que nos conecta con este generoso universo que nos alimenta, y que eso y todo nos da.

Dentro de la gratitud se anidan ciertos estados cósmicos del alma humana. El amor, condición de gratitud recíproca por ese inmenso don que la otra persona nos otorga; cualquier tipo de amor no se dará sin agradecimiento. La gratitud, además, es camino hacia la verdadera amistad: quien encuentra un benefactor, ve en él a un amigo; y aquel, que sabe que se le agradece, reconoce la amabilidad moral de quien es grato.

El así beneficiario será incapaz de traición; y más bien lo contrario: mostrará su lealtad con un dejo de admiración hacia su bienhechor. Aquel que es grato declara honestidad, e inspira amistad y confianza. Los neurólogos saben los efectos positivos en el cerebro de quien lleva esta virtud en su corazón. (Memoria del corazón, se la llamó).

Como es superior y cósmica, no desciframos la razón por la cual ayudamos sin esperar lo recíproco, y generamos, sin buscarla, la gratitud. Es una pregunta. Respuesta poética la de Ángelus Silesius: la rosa es sin porqué, y florece porque florece. O como la risa (¿Mario Benedetti?): da tanto y no exige. O el Génesis, 12:2, a Abraham: si has sido bendecido, sé tú una bendición. A Ezequiel, 3, 16-19, agradecido con Dios, se le dijo: “Así habrás salvado tu vida”.