No es para asustarse, pero, lectora o lector, si algún amigo suyo da muestras de ingratitud, ¡ponga cuidado!, pues podría tratarse de un pequeño psicópata.
El término “psicópata” es fuerte, pero la siquiatría de hoy sabe que no se trata de una enfermedad mental sino de una disfunción de la personalidad. Profano yo, defino la psicopatía como la ausencia, en mayor o menor grado, de conciencia de culpa.
No tiene, el personaje, ese sentido normal y humano para conseguir sus fines, su egoísmo lo induce a saltarse las barreras que los demás respetamos hacia nuestros semejantes.
Los hay de muchos grados. Nos lo imaginamos como el asesino en serie y en el grado 10, que es lo publicado por los medios. Escojo un caso típico.
La señora Aileen Carol Wornos (1956-2002), prostituta en Florida, que para robar a sus clientes asesinó, con imperturbable conciencia, a siete de ellos.
Ausente de culpa, amenazó al juez que la condenó a muerte: “Nos veremos en el infierno”, le gritó. Y a los carceleros que la conducían a su ejecución, igual les vociferó que se cuidaran porque “regresaré… con grandes naves nodrizas. Regresaré”.
Como en todos los desórdenes del ser humano, psicópatas los hay con rasgos más pronunciados o con rasgos menos pronunciados.
Este último llamado el psicópata integrado o funcional, que no llega hasta lo penal pero sí carece de “hígados” cuando se trata de llevarse por delante a los demás para conseguir sus egoístas propósitos. Narcisista y destructor, dentro de la ley causa daños; y tan impávido.
Los siquiatras refieren que algunos llegan al poder; y que desde allí desbaratan.
De Trump lo han asegurado varios expertos; los estropicios de los aranceles y a los inmigrantes lo confirman. Y de Gustavo Petro habría que analizar, por los expertos, si lo es, porque con suma indiferencia nos privará de los ingresos del petróleo, lo que significa futura hambre, y también de la salud, lo que ahora significa muerte.
Pero volvamos a lo del ingrato como ejemplo del psicópata en grado 1.
Ambos, psicópata e ingrato, desconocen el normal puente afectivo entre los seres humanos; no les interesa la situación del otro ni la satisfacción emocional de la gratitud; sus ligaduras con sus semejantes son frágiles; la ayuda que reciben no deja huella en sus conciencias; se creen superiores; sufren déficits de reconocimiento y de remordimiento; no les interesan las emociones de los demás; su afectividad, en general, es superficial; tranquilos destruyen vínculos humanos; no gozan de la compasiva empatía.
Si la gratitud es el espíritu inasible de la justicia emocional ante el favor recibido, tanto el psicópata como el ingrato carecerán de ese tipo de justicia.
Fríos, para ellos es válido lo que alguien escribió: “¡Son absolutamente indiferentes porque no sienten ni cuándo es la sonrisa ni cuándo es el sollozo!”.
Los confunden, los igualan. Caso extremo de ingratitud y psicopatía -informó algún medio-, el de aquel muchacho que después de recibir alimento, lecho y techo y educación, demandó a sus padres por haberlo traído, sin su consentimiento, a este disgusto terrenal.