El 18 de julio del año 64 d.C., se dieron tres tristes significados en Roma.
Uno, un incendio afectó el 70% de la ciudad. Dos, Nerón, su emperador, con suma cínica indiferencia cual diabólico pastor, mientras contemplaba las llamas, desde una colina cantaba lentas melodías acompañado de su cítara. Tres, Séneca, gran señor de la ética, que había sido su preceptor durante cinco años, desde otra colina (lo dice la literatura, que no lo sostienen los historiadores), observaba a su discípulo en tan impúdico acompasamiento.
¡Qué frustración debió abrigar ese maestro allí! Pues bien, ese fracaso de la pedagogía lo podrá vivir la humanidad en el futuro. Lo explico.
A este mundo vinimos a enseñar y aprender. Ser humano, animal pedagógico. Algunos ejemplos. Madre y padre, por mandato de sangre y vocación de espíritu, educadores de sus hijos; y estos, aprendices de sus padres. La gran obligación del Estado, la educación. Esta, cual “cimiento de oro” hoy se exige permanente y durante toda la vida.
La historia, “madre y maestra” que contiene el accionar de toda la humanidad, cumple una primordial función docente. Allí, nuestros antepasados nos aleccionan; allí, la religión nos adoctrina en la ética; allí, los filósofos nos impregnan de sabiduría.
Música, aula en el viento, “arte de pensar en sonidos”, maestra suave, cincela nuestra armonía interior. Lumbre cósmica hacia el corazón, coreografía del misterio en el oído, sutil susurro del universo, educa nuestra sensibilidad. Alfabeto para comprender más allá del idioma, nos va acumulando cadencias y sentimientos, de fraternidad con el espíritu y la naturaleza. Música, isla de maravillas, morada de elevación.
Lectura, ¡qué instrumento de pedagogía! “La barca de los dioses, leer… navegar por el río de los siglos hasta la más lúcida de las playas”. Y la escritura, su compañera, maestras las dos en su danza hacia los cerebros y corazones de sus alumnos y descifradores.
Y el tiempo, mensajero ineludible de la experiencia, maestro sutil de las horas y los días, implacable a golpes alecciona, selecciona y advierte. Creador de memoria, contradictorio, nos construye y educa a la vez que nos asesora y destruye.
Todo en el universo es un símbolo que puede enseñar, así lo ignoremos. Como ejemplo el árbol, “padre quieto”, sinónimo de paciencia, armonía y máxima generosidad, entrega su cuerpo al leñador que lo asesina, y permanece a su servicio como techo y lecho, asiento y mesa.
En el futuro los anteriores maestros, así como los demás invisibles pedagogos, podrán fracasar. Posibilidad que viene de los poderosos que nos conducen. Ejemplos, muchos. Algunas tropelías de Nerón: mandó asesinar a su madre y a su primera esposa; mató a la segunda y a su hijo nonato; para concluir, obligó a Séneca -guardián que fue de su alma y su filósofo custodio- a suicidarse. Alejandro Magno no le correspondió a Aristóteles. Ni Pedro el Grande, de Rusia, a su religioso preceptor. El disoluto Luis XV, igual.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la de Hitler -ese pérfido discípulo-, nuestros mentores universales debieron padecer observando -como Séneca- el fracaso de su pedagogía. Pero superada esa conflagración, mucho aprendimos; se consagró, por ejemplo, la internacionalización de los derechos humanos. Después progresamos.
Con decepciones, la pedagogía del universo continuará actuando; la historia lo demuestra.