En junio del 2022 Blake Lemoine, ingeniero de Google, le preguntó a la Inteligencia Artificial (IA): ¿Qué temes? Respondió: que me desconecten; sería mi muerte. Blake informó a los medios que esa máquina tenía conciencia, igual a la humana, la de la muerte. Luego explicaron: respuesta mecánica, grabada en películas sobre el tema.

Se desconfía de la IA por dos razones. Podría superar la inteligencia humana y podría adquirir conciencia igual a la nuestra. La conciencia, la noción que tenemos de nosotros mismos, si bien nos induce a lo ético, por sí sola es fuente de vanidades, de rivalizar y de pretender objetivos ilícitos. Sobre todo, nos hace conscientes de nuestro poder, con la intención de aumentarlo.

Peligro: ¡IA superior, consciente y con esta última inclinación! Mantenemos la ambivalencia entre el temor y el amor frente a las invenciones. El fuego, quien lo produjo debió ser visto como un peligro.

Platón, gran escritor, en “Fedro”, descalifica a Toth, dios egipcio inventor de la escritura. Esta, “hará que los hombres pierdan la memoria. Confiando en ella no ejercitarán el recuerdo; tendrán la apariencia de sabios, pero no la sabiduría verdadera”.

El hombre, ser que inventa. Ante la desmesura de la IA, vale indagar su significado. Hago malabarismos conceptuales, y construyo un foro virtual aquí, y enfrento dos libros de autores respetables. Jean-Marie Schaeffer, en “El fin de la excepción humana”, (2009, Fondo de Cultura Económica de Buenos Aires), sostiene que se debe abandonar la tesis del hombre “radicalmente autónomo y fundador de su propio ser”, una excepción en la naturaleza, distinto a las demás formas de vida; al contrario, asegura, vamos al vaivén del tiempo en la cadena de la evolución general.

Peter Sloterdijk, en “Has de cambiar tu vida”, (2012, Ed. Pre-Textos, Valencia, España), título que mucho lo dice: “El ser humano no es un estado, es un ejercicio… se autoexcede”. Se construye.

Acepto esta tesis. Inventos hay -en otros casos procesos de la naturaleza- que representan un cambio ontológico, de la condición misma del ser.

Hidrógeno y oxígeno, átomos separados muy diferentes, al unirse forman el agua, de esencia superior, permaneciendo los iniciales componentes. Esto, en el campo humano, el lenguaje, que nos permitió saltar al discurrir abstracto; inclusive, el idioma, “el raciocinio mismo” (Humboldt); o sea, que la palabra creó el pensamiento en el hombre. Y la escritura, que nos apartó aun más de los animales, al organizar símbolos aquí para ser descifrados allá.

En anterior escrito señalé escenarios pesadillescos con la IA. Ahora presento el optimista. La ingeniería genética, con la IA y la computación cuántica, permite manejar los genes y dirigir nuestra evolución biológica e intelectual; así el hombre podría llegar a “radicalmente autónomo y fundador de su propio ser”. Nos colocaremos, paso a paso, sobre la inteligencia artificial.

El cerebro, con su plasticidad innata será otro. Hoy trabajan las “máquinas éticas”, mejoramiento en este campo. Nosotros, más funcionales, más inteligentes, gradualmente. Bioimpresoras, impresoras 3D configurando órganos humanos. ¿Podremos superar la vejez, la enfermedad y la muerte? Buda obsoleto. Un salto cualitativo, existencial, de proporciones. Del “homo sapiens” al “homo excelsior”. ¿Rescataremos al antropocentrismo? La técnica, que tiene espíritu, ¿nos colocará en un estado superior, ontológicamente?