Cada fin de año hacemos reflexiones frente al año vivido, las decisiones tomadas, los problemas que se resolvieron y aquellos que no pudimos solucionar. De esta forma, diciembre se convierte en nuestro mes de balance y enero en el de hacer grandes cambios.
Desde hace un tiempo he venido leyendo sobre el estoicismo y pensadores como Epicteto y Marco Aurelio, encontrando en sus reflexiones bálsamos para la vida diaria.
Estos filósofos promulgaban cuatro pilares para fortalecer el ser: la libertad nace cuando dejamos de intentar controlar lo incontrolable; actuar conforme a la razón; entender el origen de las emociones y transformarlas para que no dominen nuestra conducta; aceptar no es resignación, sino la disposición de abrazar los acontecimientos tal y como son.
Estos pilares permiten mantener la mente serena y crítica, distinguiendo entre hechos y juicios, entre lo que controlamos y lo que no. Si el ser está firme, nada del exterior lo puede mover.
Les parecerá curioso que de las denuncias, los tecnicismos y las corrientes políticas de derecha pase a reflexiones filosóficas. Aunque parezcan lejanas, no hay nada más cercano que la combinación de estos temas.
Si como ciudadanos practicamos el estoicismo, difícilmente nos dejaríamos arrastrar por discursos impulsivos y la manipulación emocional. Un gobernante sereno reduce la ansiedad colectiva; uno impulsivo, la amplifica.
La filosofía estoica propone un camino de vida centrado en la virtud, la serenidad interior y la aceptación consciente de aquello que no podemos controlar. No controlamos el mundo, pero sí nuestra actitud frente a él, y en esa diferencia se juega nuestra libertad.
Epicteto enseñaba que lo único verdaderamente nuestro es el juicio. Esto significa que tenemos la capacidad de decidir con qué nos quedamos del exterior y qué olvidamos.
En una época de balances y cambios y ad portas de un año electoral nuestro juicio debe ser más estoico y menos popular. El estoicismo recuerda que la responsabilidad cívica exige calma, análisis y visión a largo plazo. De ahí la importancia de distinguir entre hechos y juicios, evitando que el miedo o la indignación suplanten nuestra capacidad de elección. La prudencia se convierte en un requisito indispensable para evaluar información, contrastar fuentes y tomar decisiones basadas en evidencia. Al final, la democracia no se destruye por un gran golpe, sino por la suma de pequeñas renuncias individuales. Y también se reconstruye con pequeñas decisiones de integridad.
Es el momento indicado para detenernos y pensar quiénes somos como personas, cuál es nuestro criterio y juicio sobre el país que habitamos para que así, de pequeñas reflexiones individuales, silenciosas e invisibles, cambiemos el rumbo en las urnas.
Les deseo una Navidad y un Año Nuevo con un ser firme y sereno. Que el criterio y el juicio nos acompañe en el 2026.
¡Gracias por leerme!