El 30 de septiembre de 1982 fue asesinado mi abuelo, Porfirio Londoño Hoyos, por causas políticas. Él era un reconocido líder del Partido Conservador en Supía, en una época en la que Colombia atravesaba la dolorosa etapa de resolver sus diferencias ideológicas con violencia. Ese hecho, que enlutó al municipio y marcó profundamente a mi familia, nos convirtió en víctimas de la intolerancia política de la época.
Aunque no tuve la fortuna de conocerlo, su legado sigue vivo en mis convicciones más profundas, buscar siempre el bienestar común y aprender a tolerar al otro, incluso cuando sus posturas sean distintas a las mías, ese valor de la diferencia debería ser la base de nuestra democracia, pero la historia reciente demuestra que aún estamos lejos de lograrlo.
Han pasado 43 años desde aquel crimen, y resulta doloroso constatar que la agresión sigue siendo utilizada en Colombia como arma para eliminar al adversario político. Los hechos ocurridos recientemente con el senador y precandidato presidencial del partido Centro Democrático Miguel Uribe Turbay, más allá de estar o no de acuerdo con su visión de país, deben llevarnos a una reflexión profunda, estamos siendo arrastrados nuevamente hacia un pasado oscuro, hacia una Colombia en la que calumniar era más efectivo que proponer, y donde asesinar parecía más fácil que debatir.
En este contexto, no puedo dejar de recordar a Orlando Sierra Hernández, subdirector del periódico LA PATRIA, quien desde las páginas de este medio denunció con valentía graves hechos de corrupción, siendo asesinado el 1 de febrero del 2002 por aquellos que no toleraban la verdad. Su muerte fue una pérdida irreparable para el periodismo y una advertencia de lo que puede pasar cuando el poder no acepta la crítica ni el control ciudadano.
El caso de mi abuelo, el de Orlando Sierra y el de Miguel Uribe no son hechos aislados, hacen parte de una larga lista de víctimas marcadas por la intolerancia política que ha atravesado la historia de Colombia, desde líderes sociales y periodistas hasta ciudadanos anónimos. Miles han sufrido por atreverse a pensar distinto. Esa violencia nos afecta a todos, no solo a las familias de las víctimas, sino a la sociedad entera, porque deteriora la confianza, debilita las instituciones y fractura nuestra capacidad de convivencia.
Debemos rechazar los discursos de odio que hoy, con el afán de obtener beneficios políticos, están alimentando nuevamente el enfrentamiento, no podemos permitir que las discusiones se conviertan en amenazas, ni que la violencia sea vista como una herramienta legítima en la disputa por el poder.
Escribo estas líneas conmovido, no solo como amigo de Miguel Uribe, ni como nieto al que la violencia política le arrebató un abuelo, reflexiono como colombiano que cree en el diálogo, que trabaja todos los días por un presente distinto, más justo y democrático, uno donde la política se base en ideas y no en intimidaciones, en argumentos y no en amenazas.
Hoy, más que nunca, le pido a Dios por Colombia y que podamos construir una nación en la cual pensar distinto no cueste la vida. #FuerzaMiguel