“(…) soy un presidiario. Vengo de presidio y sacó del bolsillo una gran hoja de papel amarillo que desdobló-. Ved mi pasaporte amarillo: esto sirve para que me echen de todas partes. ¿Queréis leerlo? Lo leeré yo; sé leer, aprendí en la cárcel. Hay allí una escuela para los que quieren aprender. Ved lo que han puesto en mi pasaporte: “Jean Valjean, presidiario cumplido, natural de...” esto no hace al caso... “ Ha estado diecinueve años en presidio: cinco por robo con fractura; catorce por haber intentado evadirse cuatro veces. Es hombre muy peligroso.” Ya lo veis, todo el mundo me tiene miedo. ¿Queréis vos recibirme? (…) ¿Queréis darme comida y un lugar donde dormir? (…) ”. (Víctor Hugo, 1862). El 3 de abril de 1862 se llenaron los estantes de las librerías de París con el primer volumen de ‘Los Miserables’; la cruda y magistral novela de Víctor Hugo basada en hechos históricos; una fuerte crítica social a problemas que hoy tienen más vigencia que nunca: pobreza, hambre, marginalidad. Aunque nunca había sentido hambre, cuando leí Los Miserables, sentí una gran conexión con el dolor de Jean Valjean; su historia viene a mi memoria cada vez que veo hambre a mi alrededor. Hoy me sirve para invitarlo a entrar en un mundo que a veces sentimos lejano, que se queda en cifras e informes de organismos multilaterales y encuentros internacionales de gobernantes.
El hambre, según la FAO -Food and Agriculture Organisation-, es una sensación física incómoda o dolorosa causada por un consumo insuficiente de energía alimentaria; se vuelve crónica cuando la persona no consume, de manera regular, las calorías suficientes para una vida saludable. Si una persona no tiene una alimentación que garantice el crecimiento y desarrollo normales para una vida saludable, se habla de inseguridad alimentaria. Cuando esta inseguridad es severa y la persona pasa un día o más sin comer, quiere decir que está pasando hambre. Puede que usted y yo hayamos sentido esta sensación alguna vez por un ayuno o una enfermedad, pero ¿hemos sentido hambre indefinidamente sin tener un peso en el bolsillo para comprar un bocado de comida?
El último informe de la FAO muestra un retroceso en los esfuerzos por eliminar el hambre y la malnutrición. 828 millones de personas con hambre (9,8% de la población mundial), y 2.300 millones de personas (29,3% de la población mundial) en situación de inseguridad alimentaria; cifras que equivalen a 150 millones de personas más con hambre y 350 millones más sin una alimentación adecuada desde que se inició la pandemia. Con una incidencia mayor en mujeres que en hombres; y, aún más preocupante, las cifras en menores de 5 años: 45 millones de niños tienen un nivel de malnutrición que aumenta 12 veces el riesgo de mortalidad; y 149 millones de niños tienen retraso en el crecimiento y el desarrollo, por falta de nutrientes esenciales. De cara al futuro, se espera que casi 670 millones de personas (8% de la población mundial) seguirán pasando hambre en 2030. En Colombia, 15 millones de personas viven en situación de inseguridad alimentaria y 20 millones solo comen 1 o 2 veces al día. 2022 fue el año en el que murieron más niños por desnutrición, con un total de 308 niños que ‘murieron de hambre’ literalmente. Adicional a esto, en Colombia se pierde una tercera parte de los alimentos, con 9,7 millones de toneladas de comida que van a la basura. Esto es realmente grave; la falta de una alimentación adecuada se traduce en problemas en el desarrollo cognitivo que se refleja en problemas de aprendizaje y menos oportunidades para desenvolverse de manera autónoma en la sociedad.
¿Por qué está aumentando de manera exponencial el hambre en el mundo? Los estudios hacen referencia a guerras y conflictos que llevan al desplazamiento de personas y acaban con su posibilidad de generar ingresos; problemas medioambientales que destruyen vidas, cultivos y medios de subsistencia; impacto de la guerra en Ucrania en la producción y la exportación mundial de fertilizantes; aumento del 44% en los costos operativos de la producción de alimentos en el mundo. Necesitamos tomar conciencia de esta situación. ¿Tenemos cerca personas que no se pueden alimentar bien o aguantan hambre? ¿Cómo estamos aportando con nuestras acciones a aumentar o reducir esta dramática situación? Este, al igual que muchos problemas que enfrentamos hoy, es un tema que debe pasar de las cifras a nuestro corazón para abrir la puerta a la compasión y reconocer que el dolor del otro también es mío.