Miguel Antonio Carreño, el  venezolano autor de la celebérrima urbanidad, olvidó dar cartilla sobre cómo disculparse correctamente a la hora de rechazar invitaciones.
Como mi idea es llenar los vacíos que dejó Carreño,  he ido puliendo un “Manuel de urbanidad y buenas maneras” para estos tiempos. Cuando lo termine, lo edito y me lleno de oro. Me veo pirateado y vendido en los semáforos. Cuando sepa cómo es un rico por dentro, regreso a mis corrientazos meridianos.
No más paja. Estas son algunos modelos de disculpas:
- Amigo, gracias por tu invitación a correr un catre, pero acabo de empezar un tratamiento deontológico, perdón, odontológico. Y como sabes, el dolor de muela es la prueba mayor de que Dios no existe (y le doy el crédito a Borges, claro). Lo termino y te llamo.
- Me metí a un cursillo acelerado de... (aquí la especialidad, según el marrano: cómo pelar cocos con la uña, o un seminario rápido para amarrar tamales).
- Estoy trabajando un reportaje de profundidad. Tengo que visitar fuentes  y bibliotecas. No confío en Google que se equivoca más que el papa Francisco cuando habla de fútbol.
- Estoy ocupado en  varias asesorías que me salieron -por fin- y como no tengo  flotilla de aviones, no administro ningún prostíbulo ni vendo cucos de segunda en la calle, me toca fajarme.
- Si me hubieras dicho antes.... (No es mala esta disculpa; hay otras peores. Poco me creen porque asumen que como pensionado me despierto y se me agota la agenda como  a los gatos).
- No puedo aceptarte porque me invitaron a dictar un taller que me tendrá ocupado indefinidamente. Imagínate lo que es preparar clase, corregir, dármelas de maestro (maestro de nada, aprendiz de todo, dice Serrat), rajar gente…
- Vos sabés que este cusumbosolo apenas sale. Familiares y amigos me retiraron el saludo y la mirada porque les saco el julepe. Como  anacoreta urbano me distraigo viendo aterrizar aviones. No me han destituido como  vicepresidente de la Asociación de Cusumbosolos, pero si me pescan así sea viendo pasar el viento, me tiran por la ventana como hizo Petro con tres de sus ministros en tiempo triple a.
- Voy a mirar mi agenda de estos días y te llamo. (No puedo abusar de esta disculpa porque mis prójimos saben  que lo único que tengo es tiempo. Soy el Warren Buffett de la pereza).
- Gracias, pero no salgo de “Pior es nada” como bauticé un pedacito de tierra que tengo. (Salvo en el ombligo, no tengo tierra alguna. Le digo para obedecerle a Mark Twain quien sugería no dejar perder el arte de mentir).
- No puedo ir porque se me presentó un inconveniente mejor.
Y para cerrar la tienda de las disculpas, el método Petro: no aparecerse jamás, ni excusarse, ni nada.