En mayo, hace dos años y monedas, falleció en la Orquidiócesis de Tegualda, Choachí, Cundinamarca, Vanna Brandestini la esposa del maestro Guillermo Angulo quien le dedicó así su último libro “Gabo +8” : “A Vanna en su laberinto”. Al momento de agarrar el sombrero para gozarse la eternidad, padecía el mar de alzhéimer.
O sea que el maleducado Herr Alois le impidió leer el libro de su joven esposo que al momento de parir el libro tenía 90 años, dos hijos, Alessandro y Paolo, un nieto, Martín, y amigos como arroz. Escribió sobre 9 de ellos dejando a más de uno mirando pa’l páramo.
La signora Brandestini fue bautizada en el Battistero di San Giovanni, en la Piazza del Duomo, Firenze, el mismo donde bautizaron a Dante.


La noticia
El libro “Gabo + 8” te da sorpresas. Lo escribió el maestro Angulo, quien hace amigos como quien cultiva orquídeas. La obra del abuelo de Anorí puede leerse despacio como un rosario, o rápido como una novela porno. La leí como quien entona el rosario.
A veces, la obra da la sensación de lo “ya leído”. Pero no, es un falso positivo porque todo parece contado no solo por primera vez sino con información nueva, privilegiada.
Al perfilar a los parceros de su riñón, Angulo cuenta el detrás de cámaras de cada historia, con énfasis en la de García Márquez. Aunque hace esta precisión: “Yo fui amigo de Gabo, pero nunca he pensado en ser su biógrafo ni su hagiógrafo”.
La obra está escrita en clave de humor. El lector sonríe y se asombra durante toda la travesía. Su majestad el mamagallismo, expresión de origen venezolano según el Nobel, está a la orden del día. El autor lo niega, pero su bambuco de 212 páginas editado por Planeta tiene marcado acento autobiográfico.
No es un tratado sobre redacción pero enseña a escribir. No es un libro de periodismo, pero admite lecturas desde esa óptica. No es una lección de español pero terminado de engullir el libro, el lector siente que sabe poner puntos y comas con mayor fluidez.
La exigencia y el rigor están a la orden del día. La que narra es la Colombia cultural que vivió. Y protaganizó. No vino a vivir de las biografías de sus prójimos. Premio para quién le pille gazapos. (Bueno, yo le pillé uno fotográfico. La foto que les tomó al filósofo Fernando González y al escritor, fotógrafo y editor Alberto Aguirre, no fue en Otraparte, refugio del Brujo, como se lee en la leyenda, sino en el parque de Envigado. La farmacia Sucre, de don Luis Olarte, al fondo, delata la escenografía del retrato).
En la obra está retratado el Angulo fotógrafo, oficio que aprendió de su amigo Alberto Aguirre, AA. Con excepción de la foto de su “mártirmonio” tomada por Hernán Díaz, las demás que aparecen en el libro son de su propia inspiración.
A manera de prólogo se publica una columna que AA escribió para Cromos cuando lo secuestraron las Farc. El columnista quería aclararles a los secuestradores que Angulo era millonario pero en ganas de vivir. Y que era todo ternura, amor, comprensión solidaridad. “Ahora anda enamorado de las orquídeas”, escribió Aguirre.
Se conocieron en 1948 con otros miembros de un equipo de ensueño paisa del que hacían parte también Castro Saavedra, Mejía Vallejo y Óscar Hernández. De Mejía Vallejo recuerda que en las exequias del jericoano no hubo presencia oficial. Desde Cali, vino, vio y habló el gobernador Álvarez Gardeazábal, quien hace poco estuvo en Medellín revisando el mausoleo en el que vivirá cuando saque la mano.
Ahora: como la guerrilla no da puntada sin dedal, alguien tenía que pagar la cuenta por padecer el hotel Farc cinco meses y medio. Sospecha el propio orquideólogo que la factura por dos millones de dólares la canceló un tal García Márquez quien nunca lo admitió. Su mano derecha prefería ignorar lo que hacía la izquierda. También lograba la liberación de presos políticos. Callado la boca.
Gabo recibió luces de otro secuestrado por las Farc: el escultor Arenas Betancourt, su fuente cuando desembarcó en México. Para García Márquez, Arenas es uno de los tres mejores escritores colombianos junto con Hernando Valencia Goelkel y el neerlandés Ernesto Volkening.
Como no hay almuerzo gratis, de pronto el Nobel le intrigaba favores al amigo con el que aguantó filo en París. En su momento, le pidió a Angulo escoger doce amigos para que lo acompañaran a Estocolmo a recibir el Nobel. La idea original de los doce fue de Belisario Betancur. No se hizo rogar.
En otra ocasión, su amigo Gabo, también cobijado por Alzheimer en sus últimos meses, le solicitó hacerse a las memorias que escribía el expresidente Alberto Lleras Camargo para enriquecer “El otoño del patriarca”. Otra misión incumplida por Angulo quien le cayó a su refugio en Chía, donde se encontró la bicicleta del “Muleón” Lleras con esta leyenda: “Chía Federal”, con lo que quería ironizar sobre los coqueteos a la Antioquia Federal de la época.
Belisario, convertido en mueble viejo o expresidente, lo envió a La Habana para que le preguntara a Fidel Castro si Álvaro Gómez Hurtado estaba en poder del M-19 y si le respetarían la vida. Una vez más, Angulo no solo hizo bien el mandado sino que de paso aprovechó para comer bacalao con Fidel. La editora Carmen Balcells, joder, puso el pez y la Gaba, esposa de don Gabriel, aportó la sazón. Castro se quedó con las ganas de realizar la faena gastronómica. Cada alcalde manda en su año, y la Gaba mandaba en su cocina caribe.
Angulo también pagaba en especie, como la vez que le presentó a Gabo al fotógrafo Rodrigo Moya, su alumno nacido en Medellín, donde Luis, su padre mexicano llegó a levantar para la yuca vendiendo cuadros. Hizo moñona: no consiguió plata, se casó con la paisa de Fredonia, Alicia Moreno, la “Chaparra”, hicieron tres hijos para el cielo, dos de ellos, Rodrigo y Colombia en Medellín, y los que regresan al mero México. Allí amasaron a Nora, la tercera hija.
El mexicano Moya – quien regresaría 70 años después a Medellín a desandar pasos invitado por EXPLORA en compañía de su esposa y de Angulo- fue quien retrató al Nobel con el ojo colombino que le dejó el derechazo que le propinó Vargas Llosa. Guardó la foto como treinta años. La fama que espere.
Varguitas Llosa creyó que cuando estuvo de garrotera con Patricia, su mujer, su amigo caribe le picó arrastre. Chisme de farándula: fue Gabo quien no le marchó a ella, concluyeron Angulo y la editora Balcells cuando hicieron el ritual croché sobre el asunto.
“Gabo +8” , diagramado por su hijo Paolo, padre de tres gatos, termina con una increíble y feliz historia: En el ocaso del cataquero, Mónica , secretaria eterna del fabulista, viéndolo sin norte, sur, oriente, ni occidente, le prestó un ejemplar de “Cien años de soledad”. Cuando Gabo terminó de leer su vallenato de 400 páginas dijo: “Este man sabe escribir”. Y siguió viviendo dentro de su propio olvido. (Líneas aumentadas y pasadas por latonería y pintura).