Me perdí el acto conmemorativo de los 90 años de El Hermafrodita dormido en Otraparte, en Envigado. Me resultó un inconveniente mejor. Nueve millones de habitantes tenía Colombia en 1933; que en esa época hubiera alguien que escribiera como Fernando González es de no te lo puedo creer. ¡El banquete que se daría El Brujo en la Colombia de hoy! Suelo tomar notas cuando leo porque mi memoria es frágil, infiel. Leo un libro, veo una película, y luego quedo como en babia. Señor Alzheimer, todo respeto, le va la madre. Menos mal disfruto del momento de la lectura. Retomo algunas de esas notas. No me enojo si gano un lector para la causa del Brujo.
Veía pasar a don Fernando por las calles de Envigado. A ver si se me pegaba algo por ósmosis, me le acercaba cuando se tomaba una Clarita Pilsen en el bar Georgia, diagonal a la Casa Blanca, donde pintaba Débora Arango. No se me pegó nada. (Tengo boina vasca, regalo de una vieja mejor amiga cuasi setentona. Ella también aspira a que con la boina se me pegue algo del filósofo). El estilo de don Fernando es cortante, contundente, como una muerte repentina. Escribe sin rebuscamientos. Utiliza las palabras que son. Nada de irse por las ramas como un tipo que me encuentro en el espejo. Francote a morir. Le dice al pan, pan. Va a la yugular. Observador original, es creador de bellas metáforas.
En él se funden el escritor original, el psicólogo, periodista, ensayista, politólogo, cuando esa fauna no se había inventado. Como panfletario no tiene rival. Hace humor demoledor sin proponérselo. O proponiéndoselo. Fue escritor de perfiles demoledores como el de su anfitrión, Mussolini. Con razón lo echaron de la bota italiana. No pierde detalle del entorno. A toda hora se está cuestionando, pellizcando. Enseña a vivir, a emocionarse. A leer las ciudades. Provoca sacar pareja cuando se le lee. Espero no incurrir en los delitos de injuria y calumnia si digo que su estilo fue clonado por los nadaístas a quienes veía con beneplácito.
En El Hermafrodita no se para en pelos para denunciar el “punible ayuntamiento” entre Estado e iglesia. No tuvo agua en la boca para denunciar el comercio que se hace de la religión con fines económicos. Años antes de El Hermafrodita, en diciembre de 1929, el arzobispo de Medellín Manuel José Caicedo había prohibido la lectura de otro libro de González. Lo hizo sin anestesia: “El libro del doctor Fernando González, ‘Viaje a pie’ está vetado por derecho natural y eclesiástico, y por tanto su lectura es prohibida bajo pecado mortal. El presente Decreto será leído en todas las iglesias y capillas de la ciudad arzobispal y publicado por la prensa para conocimiento de los fieles”. Supongo que disparó las ventas.
En una de sus cartas a su hijo Simón, se definía como: “Yo, el mismo bobo protegido por Dios”. A raíz de los baculazos eclesiásticos comentó: “A mí me han llamado ateo los jerarcas, y fui beato”. Un poco tarde, unos 93 años después, discrepo de monseñor Manuel José: Fernando González debería ser de obligatoria lectura. El padre Andrés Ripol, su interlocutor español, vaticinó que algún día será san Fernando. Cuánto me gustaría que el actual arzobispo de Medellín prohibiera alguno de los inofensivos libros míos que circulan por ahí. Me haría famoso y platudo. Si me lo encuentro en la corrida de un catre le pediré el favorcito.