La madurez de un sistema político o social, de una empresa o de un individuo, determina su capacidad para afrontar las crisis, para aprender de las mismas y a partir de allí, para cambiar, incorporar nuevos órdenes de prioridades o nuevas maneras de hacer las cosas, de tal forma que nuevas crisis sean evitadas. Y como dichos sistemas, organizaciones o individuos no son homogéneos o monolíticos, comúnmente se observa que algunas crisis derivan en aprendizajes y fortalecimiento de estructuras e instituciones, mientras que otras crisis se repiten desde sus causas sin lograr modificar los patrones de los que dependen.
A propósito de los 40 años de las tragedias del Palacio de Justicia y de Armero, algunos aspectos de la realidad actual dan cuenta de que el país aprendió lecciones importantes y se lograron mejoras en algunos frentes. No hay duda de que hoy, como consecuencia de dichos hechos y seguramente por la confluencia de muchas más razones, tenemos una institucionalidad más fuerte y cuidadosa de los derechos humanos y por otro lado, un robusto sistema de vigilancia volcánica que es referente mundial.
A nivel local, el tiempo de los grandes derrumbes que afectaban a la ciudad ante cada temporada de lluvias parecen cosa del pasado, pues además de los avances significativos en ingeniería y geotecnia, la planeación, el control urbano y la cultura ciudadana han mejorado las dinámicas de ocupación del suelo creando condiciones para evitar o disminuir la incidencia de desastres.
En este mismo sentido, Fidel Cano Correa, director de El Espectador, en un acto de elegancia, honestidad y humanidad hizo el reconocimiento de una tremenda falla de los procesos que condujo a publicar información falsa y con ello nos regaló una tremenda lección de comunicación para enfrentar las crisis, pero sobre todo para evitarlas en el futuro capitalizando en favor de toda la sociedad el saldo pedagógico de tan lamentables hechos.
Pero las mejoras construidas a partir de las lecciones aprendidas, en ocasiones, se diluyen en el tiempo. Es el caso del Fondo de Agua Vivo Cuenca, cuyo origen se relaciona con el proceso de Pactos por la Cuenca del Río Chinchiná que se estableció en el 2012 a propósito de la crisis del sistema de acueducto de Manizales. Su sostenibilidad se ha fundamentado en los aportes de sus socios Chec, Efigas, Emas, Aguas de Manizales y Corpocaldas y el respaldo del Municipio de Manizales al tenerlo como vehículo para la implementación de proyectos de conservación de bosques y ecosistemas estratégicos.
Además de constituirse en una acertada respuesta a una crisis, es lo mínimo que esta generación podía hacer en correspondencia a las generaciones que desde la década de los 30 desataron los importantes procesos de conservación que dieron origen a las reservas forestales de Río Blanco y Bosques de Chec, que hoy son parte fundamental de la riqueza en aves que atrae tantos turistas del mundo.
La sostenibilidad de Vivocuenca está amenazada por razones que resultan incomprensibles y bien vale la pena que la sociedad manizaleña reflexione y reaccione en defensa de la institucionalidad que hemos creado para atender asuntos estratégicos de desarrollo. 13 años de un proceso no pueden arruinarse por cuenta de nuestra falta de memoria y limitada capacidad para sostener soluciones a crisis que pueden repetirse en el futuro.