Al final de la película Cónclave, dirigida por Edward Berge, luego una campaña sucia de desprestigio -llena de bajezas y tensiones más propias de la actual política colombiana que del Vaticano-, se intenta eliminar a ciertos candidatos al papado. En este contexto, un cardenal proveniente de la lejana Afganistán, que había sido ubicado en el comedor, quizá con sus pares, venidos de América Latina, increpa a sus colegas con una frase lapidaria: “¡Nos hemos comportado como hombres pequeños!”.

La literatura rusa les ha dedicado páginas completas a los hombres pequeños. Son burócratas de escasa visión, limitados mentalmente, obedientes por conveniencia (“para no meterme en problemas”) y “abnegados” por sumisión. El régimen zarista y luego el soviético fueron verdaderos laboratorios de producción de estos seres: grises, conformistas y serviles.

Alejandro Ariel González, en su estudio sobre las dos versiones de la obra El doble de Dostoievki, cita un fragmento que respalda este concepto:

Vivir en estos tiempos es malo. Cualquiera puede pudrirse y desaparecer como un perro, y aunque tuviera aquí hermanos uterinos, estos no solo no le darían nada de lo suyo (…) sino que hasta intentarían con todas sus fuerzas y por todos los medios, incluso en nombre de lo sagrado, escatimarle lo que por derecho le corresponde. ¡Cada uno para sí y Dios para todos! He aquí un dicho inventado por personas que se las arreglaron para gozar de la vida.

Pero, ¿qué sería un “hombre pequeño” a la colombiana? El lector podrá identificar fácilmente ejemplos en su entorno laboral: personajes que operan en ambientes complacientes, sin controles institucionales, refugiados en su pequeño mundo -en su “chucito”-. Lugares en donde son jefecitos eternos, dueños de su puestecito burocrático, el cual constituye todo su universo.

Si el lector fuese curioso, de inmediato notaría un fenómeno revelador: en las elecciones del procurador general de la Nación, el Senado en pleno asiste y vota masivamente para elegir al jefe del Ministerio Público. Esto, que parece extraordinario, revela en realidad el gran interés por conservar la burocracia. Por ejemplo, el actual procurador general obtuvo 95 votos de los 108 senadores y Margarita Cabello Blanco, su antecesora, obtuvo 83 votos del total del Senado. Dicho asunto demuestra el gran interés que existe por los senadores de mantener y sostener la burocracia del Estado. Lo que está en juego no es solo un cargo: es la preservación de un entramado de intereses.

Muy lejos de la idea de Ernest Renan -quien concebía la nación como una comunidad y conciencia moral-, en Colombia, en los grandes proyectos de reformas y leyes determinantes, pesa más conservar el “chucito”. Así que, para retirarse “a una isla a ver el mar”, se requieren “dos cámaras, dos senados”; los congresistas se ausentan de las votaciones, van al baño o simplemente desconocen lo que están votando.

Recordemos el caso del entonces congresista Anatolio Hernández, quien, en medio de una votación crucial sobre el presupuesto general de la Nación, ingresó al recinto sin tener idea de lo que se discutía, sin mediar análisis o deliberación. Tanto así que fue necesario gritarle: “¡Anatolio, vota sí!”.