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No fue suficiente la evidencia de la llamada que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, le hizo en julio pasado a su homólogo de Ucrania, Volodímir Zelenski, para pedirle "el favor" de investigar a Joe Biden (aspirante demócrata a la Presidencia) y su hijo Hunter hasta llegar "al fondo del asunto". Tampoco sirvió argumentar que hubo presión indebida al haber congelado una semana antes de la llamada, sin dar explicaciones, un paquete de ayuda militar por $391 millones de dólares con destino a Ucrania. Pese a que todo indica que hubo presión desde la Casa Blanca para que un país extranjero se involucrara en las próximas elecciones del 3 de noviembre, la mayoría republicana en el Senado hizo valer esa condición, absolvió al mandatario, y terminó catapultándolo hacia la reelección.
El exconsejero de Seguridad Nacional John Bolton, quien tiene listo para publicar un libro en el que asegura que Trump manifestó la necesidad de congelar las ayudas a Ucrania, no pudo hablar ante el Senado por la negativa de los republicanos a escucharlo. Adicionalmente, el embajador estadounidense ante la Unión Europea, Gordon Sondland, afirmó ante el Congreso que Trump había usado la ayuda a Ucrania como una especie de moneda de cambio, lo que de manera más llana puede llamarse chantaje. Su declaración se apoyó en las conversaciones que sostuvo con Rudy Giuliani, abogado personal de Trump.
El argumento de obstrucción a las investigaciones tampoco sirvió para sancionar al presidente, pese a su orden expresa a las agencias, oficinas y funcionarios del Ejecutivo de que no asistieran a las citaciones al Congreso, extendidas por los demócratas, relacionadas con el caso de Ucrania, lo que significó que documentación requerida por los congresistas investigadores tampoco fuera entregada. La idea de que era un juicio político "ilegítimo" terminó triunfando, al absolver de toda culpa al mandatario, caracterizado por imponer sus criterios a la brava y sin respetar la institucionalidad. El respaldo incondicional de los republicanos, con excepción del senador Mitt Romney -que apoyó la destitución de Trump-, le allana el camino hacia cuatro años más en la Casa Blanca.
No puede decirse que este desenlace es sorpresivo, porque para poder destituir al mandatario se necesitaban dos terceras partes del Senado, pero lo ocurrido sí deja clara la profundización de la polarización política de cara a la carrera electoral. Para los demócratas el resultado es una derrota, pese a que hicieron enormes esfuerzos para demostrar la mala conducta de Trump, con la esperanza de que la conciencia ética se impusiera sobre el pragmatismo electoral, pero todo terminó siendo un disparo al aire. Para colmo, la popularidad de Trump está hoy en su lugar más alto del cuatrienio, 49%, gracias a que la economía y el empleo estadounidense han mejorado.

Para mayor infortunio de los demócratas, el caos vivido en el caucus de Iowa, donde se vivieron horas eternas de incertidumbres para saber los resultados, profundizó la incredulidad acerca que de un líder de ese partido pueda enfrentarse con éxito a Trump. Una falla tecnológica habría sido la responsable del desorden. Lo peor es que Biden aparece en la retaguardia de los resultados, mientras que los progresistas radicales Pete Buttegieg y Bernie Sanders aparecen a la cabeza. Elizabeth Warren que se creía podría tomar ventaja también se desinfló. Lo de Iowa, cuyo resultado es vital para los demócratas, muestra un camino confuso. Lo que ocurra en los estados de Nevada, Dakota del Norte y Wyoming será clave para tener un aspirante que pueda poner en jaque a Trump, lo cual se ve muy difícil.