La semana pasada Alejandro Muñoz Ceballos, alias Sebas, de 32 años de edad, fue detenido por octava ocasión en 14 años de su vida adulta, acusado de diversos delitos. La primera vez que fue a prisión tenía 18 años, por hurto calificado y agravado. En esa ocasión fue condenado a 1 año, 3 meses y 22 días. El hecho más reciente por el que fue procesado consistió en el robo de un computador institucional de la Clínica Estudios Oftalmológicos de Manizales, luego de simular ser familiar de un paciente para ingresar en las instalaciones. En las cámaras quedó grabado que rompió una chapa para entrar a un consultorio y sacar el aparato, en el que había información reservada de pacientes.
Alias Sebas, en su comparecencia ante el juez aceptó la imputación de los delitos de hurto calificado y agravado, y fue enviado de manera preventiva a prisión. Desde la primera vez que fue condenado ha pasado 6 años de su vida encerrado, al sumar los distintos períodos, y según su historial ha logrado en varias ocasiones que se le suspenda de manera condicional la pena, tras haberse comprometido a que no volvería a delinquir. La realidad es que es un reincidente en estas conductas delictivas, y que el Código Penal le sigue abriendo posibilidades a que esté yendo y viniendo de la cárcel sin que se garantice su resocialización.
Esto que ocurre en Manizales es solo un ejemplo de miles de casos que se dan de manera similar en todo el país y por diversos delitos. Lo que esto evidencia es que en nuestras cárceles no se concreta la posibilidad de que quienes delinquen dejen atrás sus malas conductas y se resocialicen, que se supone como el propósito principal de las penitenciarías, sino que por diversas circunstancias en lugar de incidir de manera favorable en las vidas de estas personas parecen influir para que sus comportamientos sociales sean cada vez más inaceptables.
La verdad es que, cuando se tiene un hacinamiento de cerca del 50% en las prisiones colombianas, desde donde muchos siguen delinquiendo al traficar drogas o ejecutar extorsiones, por ejemplo, es poco probable que cualquier persona que termine tras las rejas en nuestro país regrese a la libertad convencido de que dejará atrás para siempre su historial delictivo. Es infortunado tener que expresarlo así, pero nuestras cárceles se convierten en verdaderas escuelas del crimen, y que en casos como el de alias Sebas los delincuentes se acostumbran a pasar allí algunas temporadas mientras regresan a las calles a seguir delinquiendo, porque al parecer es lo único que saben hacer.
Para la misma Policía, que normalmente captura a estos delincuentes por órdenes judiciales, resulta muy desmotivante que al poco tiempo de entregarlos a los jueces se encuentren con esos mismos delincuentes en las calles cometiendo más fechorías. Inclusive se ha vuelto común que condenados a prisión domiciliaria dejen de cumplir su compromiso de permanecer en el lugar de residencia para salir a cometer más crímenes. Hay en nuestro sistema penal profundos problemas que no han sido asumidos con la seriedad que merecen, y se termina fomentando la reincidencia. Estamos en mora de que el Consejo de Política Criminal revise dónde están las falencias y tome los correctivos del caso.