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El 2023 pudo no haber sido un año bueno en el contexto mundial o eso es lo que muestran los medios internacionales en vivo y en directo. Dos guerras en las barbas de Europa hacen temer que todo seguirá igual el próximo año. Y para echarle más leña al fuego, la economía tampoco pasa por un buen momento, no se termina de recuperar después de la pandemia de comienzos de esta década. Para rematar, organismos especializados advierten del deterioro de la democracia incluso en Latinoamérica. Como si las preocupaciones fueran insuficientes, la irrupción definitiva de la Inteligencia Artificial Generativa provoca muchos interrogantes sobre el futuro de la humanidad.

Dicho lo anterior, ¿acaso no son malos todos los años?; ¿acaso no son buenos todos los años? No es una contradicción, porque como tantas cosas en la vida, todo es cuestión de perspectiva. Cuando se trata de asuntos de alcance mundial, la perspectiva es claramente más amplia que la que podemos tener con respecto a nuestra ciudad. Por ese motivo, habrá sido un mal año para muchos, mientras que otros celebrarán al cierre porque lo considerarán de lo mejor. Es bueno tener esto en cuenta antes de ponernos fatalistas.

La ya prolongada guerra en Ucrania por la invasión de Rusia, más la reacción desproporcionada de Israel contra los terroristas de Hamás por el ataque inmisericorde en territorio judío son dos conflictos de proporciones incalculables por el papel que juegan los países involucrados en la geopolítica internacional. Esa es la razón por la que tanta atención han captado muy por encima de otras guerras igual o peor de crueles que siguen presentes. Lo peor de la guerra es el deterioro que provoca de las libertades, la forma en que los líderes apelan a discursos que parecían superados para concitar apoyos, terminan por socavar los cimientos democráticos que poco a poco habían ganado terreno en el mundo occidental. La pregunta es: ¿si no es la democracia, entonces cuál es el mejor sistema de gobierno?

Abundan los ejemplos de cómo acomodar las constituciones o las decisiones judiciales a las razones de un dirigente, que suelen derivar en autoritarismo y en mayores peligros para la sociedades. Lo de Nicaragua, Venezuela, Cuba, entre otros, son buen ejemplo de que no podemos dar por sentada la democracia y situaciones como la vivida al comienzo de este año en el capitolio de Brasil o las restricciones en Guatemala hacen temer que este síndrome reduccionista de los valores democráticos se extienda.

Como si no fueran suficientes las preocupaciones, llega la Inteligencia artificial para sembrar más incertidumbre en un mundo ya incierto. Pero no nos llamemos a engaños, creer que el mundo está peor que antes es un sesgo, porque depende de en qué está peor. ¿En deterioro ambiental?, seguramente; ¿en desarrollo tecnológico?, tal vez no. Entonces empecemos por comprender que los sesgos forman parte de nuestra relación con el mundo y por eso debemos saber que anunciar la catástrofe es caer en lo que otros han caído en la historia de la humanidad. Así que más bien pensemos cómo aporta cada uno para hacer de este planeta un lugar mejor.