Muchos colombianos recordamos en dónde estábamos ayer hace 30 años. El 2 de diciembre de 1993 yo estaba de vacaciones en Manizales cuando alguien llamó a la casa (no existían los celulares) a decir que prendiéramos el radio (tampoco había redes sociales ni Internet). Cuando la noticia se produce Caracol se la comunica: extra, boletín de última hora. La voz de Darío Arizmendi confirmó una noticia inverosímil: Pablo Escobar, el capo más buscado del mundo; el mafioso al que se le atribuían más de 4.000 víctimas; el autor de 623 atentados; el que pagó $2 millones por cada policía acribillado y así alcanzó a matar a 550, había sido baleado en un tejado de la capital de Antioquia cuando escapaba de las autoridades que rastrearon una llamada a su hijo.
Recuerdo las voces de júbilo festivo. Con los años, y quizás por mi paso por los salones de Derecho en donde estudié el avance que representa la prohibición de la pena de muerte, empecé a sospechar del entusiasmo que acompaña los anuncios cuando las autoridades “dan de baja” a un criminal (el Mono Jojoy, Alfonso Cano, Raúl Reyes o Pablo Escobar). Eso lo pienso ahora pero no hace 30 años. En 1993 no sabíamos que la bala que mató a Escobar la disparó “Semilla”, el hermano de Don Berna, según corroboró la Comisión de la Verdad con altas fuentes de la Policía, y que el Bloque de Búsqueda de la Policía y el Ejército recibía ayuda de los Pepes, una organización criminal. luego, así que en ese momento hubo celebración y esperanza: muerto Escobar terminaría el horror y a partir de 1994 todos los problemas se solucionarían y seríamos prósperos y felices.
En 1994 mataron al futbolista Andrés Escobar, al senador de la Unión Patriótica Manuel Cepeda, ocurrió la masacre de La Chinita y le estalló al nuevo presidente Ernesto Samper el escándalo de los narcocasetes. Ese tránsito de la euforia general a la violencia omnipresente del 94 ratificó nuestro destino nacional de cargar la piedra de Sísifo: creemos haber alcanzado una cima y la realidad nos arroja a la base de la montaña. “Todo será mejor cuando desaparezca Pablo Escobar”, “cuando se desmovilicen los paramilitares”, “cuando se acaben las Farc”, “cuando gobierne la izquierda”, “cuando capturen a Uribe”… Nuestra historia es un déjà vu emocional entre la ilusión y la frustración.
En 1990 Medellín registró 5.851 homicidios, en 1991 fueron 6.809 y en 1992 otros 6.237. Para tener un referente, en 2022 hubo 388. Escobar fue noticia diaria durante años, por sus sicarios, sus carros bomba, su campaña de “preferimos una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos”, sus excentricidades y la narcoestética que impuso. Su muerte no trajo el fin de la violencia, pero la gente ya no pega cinta adhesiva en las ventanas para prevenir que ante la eventual explosión de una bomba los vidrios vuelen sobre las sillas y las camas.
Hace 30 años nadie imaginó lo que ocurriría después: camisetas de Escobar, calcomanías, museos y recorridos guiados. Como explicó Juan Luis Mejía, el exrector de Eafit, en El Colombiano: “Los defensores del narcoturismo dicen que uno viaja y va a los campos de concentración en Alemania, y claro que sí, pero cuando uno va a esos campos de exterminio es a compadecerse de las víctimas, no a llevarle flores a Hitler”.
Se cumplen 30 años de la muerte de Escobar y afloran numerosos ejercicios de memoria y arte alrededor del daño que causó el Cartel de Medellín. Destaco dos: la novela “Cartas cruzadas”, de Darío Jaramillo Agudelo, el mejor relato sobre cómo el dinero rápido corrompió a tantos hogares, y la resistencia de los periodistas frente al terrorismo: desde el trabajo de El Espectador, que sostuvo un equipo de redacción clandestino en Medellín, hasta la decisión editorial de la revista La Hoja de negarse a mencionar a Escobar en sus páginas, para no alimentar el mito del delincuente y porque no había condiciones de seguridad para investigar libremente sobre él. Historias que vale la pena contarle a quienes nacieron después de la muerte del capo y construyeron una imagen de él más cercana al entretenimiento que a la información, a partir de lo que ven en Netflix y TikTok.