Leí “La inverosímil muerte de Hércules Pretorius”, el debut de Humberto de la Calle Lombana como novelista. Narra la vida de un manizaleño, estudiante de derecho en la Universidad de Caldas, quien se enroló en el M-19 y murió en la fallida Operación Calarcá. Esa incursión comenzó en febrero de 1981, cuando 40 guerrilleros desembarcaron en la ensenada de Utría, procedentes de Panamá, con el fin de atravesar el Chocó para crear una base subversiva en los límites con Risaralda y Antioquia. Los detalles los cuenta Darío Villamizar en un libro reciente y magistral: “Crónica de una guerrilla perdida”.
Pero no es de libros de lo que quiero hablar hoy (mentiras: siempre quiero hablar de libros) sino de algunas líneas que le sirven como contexto a la novela de De la Calle. Me refiero a apuntes sobre personajes de la Facultad de Derecho de la Universidad de Caldas de los años 70, como Bernardo Jaramillo Ossa, excandidato presidencial de la Unión Patriótica asesinado en 1990, y como Iván Roberto Duque, paramilitar conocido con el alias de “Ernesto Báez de la Serna”.
Son escasas las referencias a Báez en la novela, pero me gustaron las que hay porque lo pintan como lo que fue: un paramilitar que “se regodeaba en el panegírico de la violencia”. De la Calle llama la atención sobre la paradoja de haber tomado el nombre del “Ché” como alias para su guerra contra la izquierda: “Ernesto Báez de la Serna. Del mismo modo que, nacido en una población de mayoría conservadora, Aguadas, creyera que su primer grito de rebeldía era ingresar al Partido Liberal, en cuyo nombre desempeñó cargos públicos y desarrolló actividad política. Partido Liberal como hogar ideológico de su ferocidad contra la izquierda”.
La literatura es fuente de conocimiento y aunque la novela está llena de ficción, los párrafos sobre Báez son útiles para recordar datos que tienden al olvido, como su inicio en el Partido Liberal y su obsesión con la violencia.
Me parece relevante recordarlo porque hace días, a raíz de las declaraciones de Salvatore Mancuso ante la Justicia Especial para la Paz, un comentarista local se refirió a Báez como el “ideólogo de las AUC”, un mote recurrente que le da un aura de filosófica intelectualidad, distante de las motosierras y los disparos.
Esa reiterada descripción de Ernesto Báez como “el ideólogo”, merece análisis. En Caldas operaron dos grandes bloques paramilitares: el de Ramón Isaza y sus hijos, en La Dorada y el oriente del departamento, y el Cacique Pipintá, comandado por Ernesto Báez, que asoló el norte, el centro-sur y el occidente de Caldas. Según el Centro Nacional de Memoria Histórica entre 2000 y 2006 el frente Cacique Pipintá cometió aquí al menos 24 masacres en las que murieron 137 personas, mientras que el informe «El genocidio silencioso del pueblo Embera Chamí de Caldas», elaborado por el Consejo Regional Indígena de Caldas, Cridec, reporta la muerte violenta de 650 indígenas en un período de 40 años, incluyendo 13 masacres entre 1988 y 2008, la mayoría cometidas por los ejércitos de Ernesto Báez. Muertes no fue lo único que causaron: también hubo desplazamientos y reclutamientos forzados, múltiples crímenes sexuales y un variado repertorio del terror, como se documenta en el Informe Final de la Comisión de la Verdad, del cual se conmemoró el primer año de su entrega este miércoles. Pese a tanta barbarie, persisten giros lingüísticos diferenciados para referirse a Ernesto Báez y a Ramón Isaza. Ernesto Báez nació en una familia reconocida de Aguadas, accedió a la universidad y se codeó con miembros de la clase alta de Manizales y otros municipios caldenses, mientras que Ramón Isaza tuvo origen campesino, menos educación y la piel más oscura. Ambos sembraron guerra, pero al primero lo llaman “el ideólogo” y al segundo le dicen “El viejo”, pero también lo llaman matón, carnicero y sanguinario. Sospecho que esa distinción no habla tanto de sus acciones, sino del clasismo y el racismo de quienes las expresan.
A la hora de seleccionar palabras, me quedo con las que el periodista Orlando Sierra usó para definir a Ernesto Báez: “Iván Roberto es para desde chiquito”. Lo dijo años antes de que los socios liberales de ese paramilitar lo asesinaran.