Hace dos meses falleció O.J. Simpson, una estrella del fútbol americano que tras su retiro se convirtió en presentador y actor de televisión en Estados Unidos, aunque la fama mundial le llegó en 1994 cuando fue acusado de matar a puñaladas a su exesposa y a un amigo de ella. Todo lo incriminaba, empezando por el ADN, pero el juez lo declaró “no culpable”, por kafkianas fallas en el procedimiento y en la escena del crimen.

Este lunes se cumplió un centenario de la muerte del escritor checo Franz Kafka, uno de los autores imprescindibles del siglo XX. Kafka retrató los laberintos judiciales en “El proceso”, pero incluso quienes no lo han leído comprenden a qué alude la imagen kafkiana de lo judicial: expedientes engorrosos que terminan en decisiones absurdas y angustiosas; cerros de páginas que algunos abogados ojean confiados mientras el ciudadano común se siente aplastado por el papeleo

En Colombia tenemos una justicia kafkiana en la que algunos procesados no buscan que el juez los declare “inocentes” sino que se dedican a dilatar el tiempo hasta lograr ser considerados “no culpables” por la vía de la prescripción por vencimiento de términos. La prescripción es impunidad porque le niega a la sociedad una decisión de fondo que establezca una verdad judicial.

Ocurrió hace poco en Manizales: el abogado Samuel Arturo Sánchez Cañón fue condenado en mayo a siete años y medio de prisión por haberle ofrecido dinero a una persona para que se abstuviera de testificar contra alias “Guacamayo” en la investigación por el robo a la casa de Ómar Yepes en 2015, hurto en el que cada cual da una cifra distinta del monto perdido, aunque ninguna baja de mil millones de pesos. Un juez condenó a Sánchez por manipulación de testigos, pero se trata de una sentencia kafkiana porque el proceso prescribió al día siguiente de interponer el recurso de apelación. Sánchez salió tan tranquilo como O. J. Simpson.

El nombre de Samuel Arturo Sánchez no es nuevo. El Informe de la Comisión de la Verdad sobre el Eje Cafetero indica que hace 20 años fue abogado de Ernesto Báez cuando ese paramilitar comandó el frente Cacique Pipintá que operó en Caldas. De hecho, en el famoso Pacto de El Tambor, en el que los paramilitares y el Partido Liberal se repartieron en 2005 el departamento de Caldas para las elecciones de Congreso de 2006, se acordó que un joven sobrino de Samuel Arturo Sánchez ocuparía el quinto renglón en la lista a la Cámara de Representantes. Pocos años después esa lista terminó condenada por parapolítica.

Pensé en O. J. Simpson declarado como “no culpable” y en Samuel Arturo Sánchez condenado por manipulación de testigos pero con el proceso prescrito, porque seguramente hacia allá renguea el expediente por el mismo delito contra Álvaro Uribe Vélez. Los anteriores fiscales Néstor Humberto Martínez y Francisco Barbosa trataron este caso como si los términos judiciales se contaran en eras geológicas. Tras tantos años perdidos ahora se mueve contrarreloj porque prescribe el 8 de octubre de 2025 y se ve difícil que para esa fecha haya un fallo de segunda instancia.

Algunos han relacionado la kafkiana justicia contra Uribe con el caso que se llevó hace un siglo contra Al Capone, temido mafioso con cientos de crímenes encima, que terminó condenado por un delito menor de evasión de impuestos. Sobre Uribe, el eterno sospechoso, hay numerosas dudas que van desde la entrega de licencias aéreas a narcotraficantes como director de la Aerocivil en los años 80 y su rol en la masacre paramilitar del Aro de 1997, cuando era Gobernador de Antioquia, hasta los falsos positivos, la Yidispolítica, Agro Ingreso Seguro, la chuzadas del DAS y otros oscuros episodios que ocurrieron en sus dos presidencias, entre 2002 y 2010.

Hace unos días, a raíz del proceso en su contra por manipulación de testigos, circuló un fragmento de un video en el que la jueza, luego de su intervención, le dice a Uribe “gracias, señor imputado”. Si nuestra justicia kafkiana no logra una condena en segunda instancia antes de que prescriba el caso, poderle decir “imputado” parece un premio de consolación.