Este sábado vence el plazo de inscripción para los candidatos que participarán en las elecciones del 29 de octubre y en consecuencia a partir de la siguiente semana empieza a aclararse el panorama electoral.
Aclararse es un decir. Quedarán definidos los candidatos, pero al menos aquí la campaña se ve muy enmarañada. Amigos de otras ciudades han anunciado en sus redes que ya definieron por quién votar y la verdad es que envidio esa certeza que yo también tuve a estas alturas del calendario en otras campañas. Este año, ante las elecciones que se avecinan, tengo muchas más dudas que convicciones.
En una campaña lo usual es que los candidatos monten su discurso en una de dos promesas posibles: continuidad o cambio. Las fuerzas en contienda suelen alinearse en torno a quienes ofrecen continuar con las gestiones de los mandatarios actuales y quienes prometen un revolcón que implique cambios drásticos en el rumbo de la administración.
Para el caso de Manizales, no he oído al primer kamikaze que prometa ser el continuador de Carlos Mario Marín, el peor alcalde de esta ciudad desde que hay elección popular, y eso que por esa oficina pasaron Juan Manuel Llano y Octavio Cardona. Carlos Mario llegó a unos niveles de ridículo público tan inefables que su legado serán los memes y parodias con los que logró su meta de volverse viral. Aún no hay rayo acelerador en los escenarios deportivos para los Juegos Nacionales de noviembre, pero quizás en Liberland sí estén avanzando.
Ante este panorama es lógico que los candidatos ofrezcan un revolcón. Renovar, recuperar, redireccionar, reconstruir y experiencia son palabras que se repiten ahora en vallas y en la invasiva publicidad digital (aunque el período para publicidad política aún no esté vigente). Ante tantas promesas de cambio me pregunto ¿cuál cambio? ¿cambiar hacia dónde? ¿cambiar con quiénes?
El daño político que causó Carlos Mario consiste en haber minado la confianza ante la posibilidad de una renovación política: hace cuatro años el Partido Verde ganó la Alcaldía con ese discurso, con un candidato joven montado en una bicicleta. Hoy, al terminar su mandato, hay una enorme cantidad de gente dispuesta a votar por el que sea, con tal de que no se parezca ni una pizca a Carlos Mario. Lo grave es que en 2019 los que votaron por el actual alcalde lo hicieron con la ilusión de un cambio. Hoy nadie promete continuidad, pero luego de Carlos Mario (y también de estos meses de impopularidad de Petro) veo a muy pocos interesados en oír hablar de cambio, a menos que el cambio sea un regreso al pasado.
Yo, como muchos ciudadanos, quiero un timonazo fuerte. La pregunta es hacia dónde. No creo ni un tris en una promesa de cambio endosada al grupo de Mauricio Lizcano, exuribista neopetrista; ni al grupo liberal de las Marionetas, que ahora dicen que su jefe Mario Castaño no los crio; ni al Centro Democrático del dizque inocente Oscar Iván Zuluaga, ni a los conservadores de Juana Carolina, empapelada por doble militancia. Vamos a elegir gobernantes para el período 2024-2027 pero seguimos en un esquema de cacicazgos heredado de la coalición barcoyepista que mandó por estas tierras desde 1978 hasta este siglo, y que perpetuó en nuestra región los vicios del Frente Nacional, que desde 1958 dejó por fuera del debate político a las opciones más renovadoras. El cambio que ahora proponen no mira al futuro, sino que es un regreso a ese pasado que aún es presente: el de la política que se hace desde el clientelismo, la corrupción y la exclusión.
Yo, como muchos ciudadanos, sueño con el candidato ideal: quisiera una mujer conciliadora con el carisma de fulano, la inteligencia de zutano, la capacidad de armar equipos de mengano y la disposición para escuchar de perencejo. Alguien con gran experiencia en el sector público, sin pasado cuestionable, con interlocución fluida con el gobierno nacional, conocimiento profundo de lo local e interés por lograr consensos.
Es decir: sueño armar un Frankenstein inexistente. Esta semana saldrá la lista de inscritos y entre esos habrá que elegir. Ojalá podamos hacerlo con ilusión: sería triste tener que votar por el menos monstruoso.