Esta semana el gobierno Petro cumplió 4 meses. Poco para cuatro años de mandato, pero mucho si se observa que en pocos días habrá corrido el 10% de esta Presidencia y aún queda una decena de altos cargos pendientes por proveer.
Mi balance de estos cuatro meses es positivo: me gustan la audacia de la propuesta de paz total, la aprobación de una reforma tributaria de alto recaudo, la apertura de la frontera con Venezuela y la conformación del gabinete, que dio confianza a sectores nerviosos con el cambio de gobierno.
Pero si miro con atención, el balance intranquiliza: ¿la paz total implica que el Estado negocie con narcotraficantes? ¿vamos a equiparar al Clan del Golfo con una organización armada de tipo político? Sobre la reforma tributaria, me parece inexcusable que este gobierno, teniendo las mayorías y la legitimidad para hacerlo, haya desaprovechado la oportunidad política y fiscal de fijarle impuestos a las altas pensiones y a las iglesias. Y en cuanto al gabinete, me alegró que designaran como ministros a Alejandro Gaviria, Cecilia López Montaño y José Antonio Ocampo, por citar sólo a algunos, pero el nombramiento de Mauricio Lizcano, nuestro clientelista local en el gobierno nacional, dinamitó cualquier viso de posible regocijo.
Mirar el vaso medio lleno implica reconocer que en apenas cuatro meses Petro desactivó buena parte de las mentiras que sus enemigos construyeron en la campaña electoral: desaparecieron los mensajes de Whatsapp que anunciaban el apocalipsis de la expropiación; su gabinete en conjunto no se ve sectario e incluye distintas vertientes políticas, y sus encuentros con Álvaro Uribe Vélez y José Félix Lafaurie dejaron muda al ala más reaccionaria de la derecha, que repetía sin sonrojarse que Petro era un guerrillero que se perpetuaría en el poder, o que los militares darían un golpe de Estado. Mirar el vaso medio vacío implica reconocer que han pasado cuatro meses y tanto Petro como algunos miembros del gobierno hablan y trinan como si aún estuvieran en campaña: como si gobernaran exclusivamente para “los nadies” o para la izquierda más radical y no para todos los colombianos, incluyendo a los más de 10,5 millones que votaron por Rodolfo Hernández.
En entrevista con El Tiempo el expresidente Iván Duque dijo: “Si hubiera sido candidato, habría vuelto a derrotar a Gustavo Petro”. Él, tan mediocre en todo, puede tener razón: la alegría de un gobernante de izquierda no puede hacernos olvidar que Petro ganó por 700.000 votos contra un candidato desconocido e impresentable, sin discurso ni trayectoria, que a punta de Tiktok, antipetrismo y la costosa asesoría de Ángel Becassino logró una votación altísima. Una píldora contra el pesimismo es celebrar que el uribismo haya perdido el poder, pero una píldora contra el optimismo es recordar que el 47% de los votantes apoyó a un candidato francamente ridículo, y que en las elecciones del año entrante las fuerzas más conservaduristas buscarán reconquistar el poder, aupados por el descontento que han sembrado pésimos gobiernos autodenominados “alternativos” en distintas alcaldías, incluyendo Manizales.
El vaso lleno, completamente lleno, fue celebrar que Francia Márquez ganara la Vicepresidencia de la República. El vaso vacío es que ella misma advierta que compañeros del gobierno la tratan con racismo y misoginia. El vaso roto es que un gobierno de izquierda le dé más visibilidad y poder a la primera dama que a la vicepresidenta. El documental sobre Verónica Alcocer, pagado con nuestros impuestos, sus viajes internacionales en misión oficial y su alta incidencia en el nombramiento de funcionarios contrastan con la coherencia feminista de Irina Karamanos, la pareja de Gabriel Boric, el presidente de Chile: ella promovió reformas institucionales para desaparecer el cargo de “primera dama”, renunció a ese rol por considerarlo anacrónico y dejó de usar la oficina que le habían asignado en el Palacio de la Moneda.
El vaso lleno es celebrar que estemos en el gobierno del cambio. El vaso vacío es temer que el cambio se quede en lo simbólico, en frases rimbombantes y esperanzadoras, y no aterrice en la vida cotidiana de millones de excluidos. Han pasado cuatro meses y ya no se habla de vivir sabroso.