Esta semana en “Puntos de Vista”, el espacio que empecé a conducir por las noches en Radio Nacional, conversamos sobre la norma que permitió la pesca incidental de tiburones y rayas, prohibida desde 2021. La pesca de estos animales sigue siendo ilegal, pero se levantó la restricción sobre la pesca incidental, que ocurre cuando un pescador captura “por accidente” un tiburón o raya. La nueva disposición generó indignación en redes sociales y entre animalistas que temen una masacre masiva de tiburones, pero fue celebrada por comunidades afro del Pacífico y por wayús de La Guajira. Gente con menos megáfono pero con argumentos contundentes, como el que expuso Yenny Palma desde Buenaventura: “uno no puede decirle al tiburón que no entre a la red, que se haga a un lado, así que la prohibición nos tenía sin poder trabajar”.

 La oí y pensé en nuestros pumas. En diciembre de 2017 me asombré con el que apareció trepado en un árbol del parque de La Enea, y en 2020 me maravillé ante las imágenes de fauna silvestre deambulando por calles solitarias, luego del forzoso encierro humano durante la pandemia. En algún momento escribí que ojalá aprendiéramos a proteger a los pumas “así como cuidamos a los barranquillos, colibríes y otros emblemas de esta región”, y me ratifico en ello. Sin embargo, sé que eso lo pienso desde la comodidad de mi casa en medio de la ciudad y que ese deseo puede reñir con las angustias de quienes tienen al puma en el patio, de la misma manera en que los pescadores de Buenaventura quedaron fregados en 2021 por la prohibición de pesca incidental de tiburón, una norma del gobierno Duque aplaudida por los animalistas de Bogotá, en donde lo único que se pesca son gripas.

 Circula el video de un puma hermoso, grande y café, que fue grabado este miércoles con una cámara instalada por Raúl Silva, veterinario que vive en la vereda Montaño, de Villamaría, una zona que conecta con el Parque Nacional Natural de los Nevados. El 10 de enero La Patria ya había informado que en ese sector un puma y dos cachorros mataron en el curso de varios días las 45 ovejas que compró Ferney Martínez Amador para un emprendimiento. La noticia de hace un mes decía que los habitantes del sector “son conscientes de la necesidad de proteger a los pumas” pero “se sienten abandonados por las autoridades”.

 Esta semana se repitieron las quejas. Raúl Silva instaló la cámara luego del ataque a un par de cabras y un ganso de su predio, y otros vecinos dijeron que el puma mató aves de corral, perros y gatos cerca del caserío. Corpocaldas “hace un llamado a la comunidad para que ahuyente al puma”, recomienda ponerles cencerros a los animales, y pide que los de menor tamaño se ubiquen en potreros no muy alejados de las viviendas. La gente dice que ya hizo todo eso, pero el problema persiste. Corpocaldas también sugiere instalar cercas eléctricas, pero nadie alza la mano para sufragar ese gasto.

 Preservar la vida de los pumas exige mucho más que un listado de instrucciones enviado desde la ciudad para que ejecuten “por allá” en la vereda y por eso la gente insiste en que quieren que los expertos de Corpocaldas vayan hasta sus predios y se encarguen de ahuyentar al felino.

 El caso se parece a uno que padeció mi tío hace pocos años. Vive en el barrio San Jorge y una noche oyó un estruendo en el cielo raso. Pensó en palomas o ratones, pero sonaba a un animal más pesado. Con linterna y paciencia descubrió que era una zarigüeya. Llamó a Corpocaldas y le dijeron que si la mataba cometía un delito y tendría una multa, pero no le indicaron cómo sacarla ni le ofrecieron ayuda. Tuvo que irse para la Galería, comprar una trampa grande para capturarla viva y luego de una semana por fin la montó en el baúl del carro y la liberó en la Reserva de Río Blanco. Heroico esfuerzo que otro habría solucionado con veneno o bala, más rápido y más barato. Ese es el riesgo que corre el puma.