Luego de aplazamientos, promesas incumplidas y dilaciones, por fin comenzó la edición XXIII de los Juegos Intercolegiados en Manizales. Las canchas, los coliseos, los gimnasios, los polideportivos y hasta los espacios deportivos comunales reciben por estos días la agradable visita de los escolares, quienes abandonan temporalmente las aulas de clase, los libros y sus cuadernos para entregarse con pasión al fragor de la competencia. Mientras escribo este artículo, me encuentro en las instalaciones del coliseo del Instituto Universitario de Caldas, escenario que ha servido de sede para el desarrollo de los juegos en la disciplina de voleibol. Juegan las estudiantes de este colegio con las del Liceo Arquidiocesano de Nuestra Señora (LANS), y no pude encontrar un mejor espacio para transmitir mis emociones y sentimientos.
Ellas están perfectamente uniformadas, provistas de sus mejores aditamentos. Ingresan al campo deportivo inundadas de pasión y esperan con ansia el inicio de su partido. Los técnicos, con carisma y atención, disponen uno a uno los detalles requeridos para la contienda; la organización habilita el escenario con las condiciones suficientes y dispone el equipo de juzgamiento que se encargará de administrar justicia; las graderías, abarrotadas de escolares que, si bien no forman parte de la competencia, sí disfrutan como espectadores de
lo que sucede en la cancha, y por supuesto tienen allí sus afectos y sus simpatías. Comienza la contienda. Pitos, sirenas, gritos, aplausos y un sinnúmero de emociones se conjugan en todo el ambiente y dan cuenta de la magia de esta cita deportiva. Debo manifestar con toda sinceridad que me embarga una profunda alegría y me ocuparé de ella en las siguientes líneas.
Los Juegos Intercolegiados en todas las disciplinas son uno de esos gratos momentos que un escolar guarda con gratitud para el resto de su vida. Estos juegos tienen su propio encanto y poseen una singular magia; alrededor de ellos se han encontrado bellos amores, gratas amistades, emocionantes triunfos, profundas lecciones, recuerdos imborrables, sabios consejos, y hasta el descubrimiento de grandes talentos. Claro está que también se evidencia la desigualdad que viven los escolares en materia económica, y que es una realidad inocultable, mas no determinante. Para la muestra, este botón: en un partido intercolegiado de fútbol jugaban un colegio privado contra uno público. Una escena particular que se dio durante el descanso del primer tiempo me llamó la atención. Mientras varios chicos de la institución privada iban a los autos de sus padres a aperarse de otro par de guayos, un integrante del colegio público le mostraba a su técnico su guayo izquierdo totalmente averiado. Esta anécdota, más que el ejemplo de una cruda realidad, nos deja una profunda lección: tales hechos no son determinantes, pues el equipo del colegio público ganó la contienda por dos goles a cero. Por razones como estas, es que vale la pena apostar por los intercolegiados.
Las autoridades educativas, el Gobierno nacional y local, los propios centros educativos y los padres de familia deberíamos unirnos en una sola voluntad para fortalecer esta bella experiencia. Más que unos juegos deportivos, son encuentros con la vida, entre otras cosas porque en estos escenarios de privilegio tienen la oportunidad de brillar con luz propia aquellos estudiantes que casi siempre son penumbras en la vida académica de la escuela; y quizá por eso, viven sus mejores días de escuela.