Toda persona que ejerza un oficio o desarrolle un trabajo requiere unas competencias básicas para alcanzar el logro de la obra que pretende realizar. Unas son las condiciones específicas de la experticia que exige la misión, otras son las condiciones psicoemocionales del actor y también están las condiciones endógenas, esto es, si el entorno es favorable para realizar la labor. Sucede exactamente lo mismo cuando se trata de educar y de formar. El maestro requiere unas condiciones disciplinares del objeto que estudia, formación pedagógica, entorno escolar favorable y, de manera particular, una maleta muy bien surtida de fortalezas psicoemocionales.
Con el propósito de habilitar las condiciones necesarias para que los maestros y directivos tengan éxito en la gestión escolar, es muy frecuente que las autoridades educativas brinden diferentes estrategias de cualificación encaminadas a fortalecer las competencias disciplinares, pedagógicas, metodológicas y didácticas. En el caso de los directores escolares, por ejemplo, ofrecen cursos de gerencia escolar, liderazgo, organización, direccionamiento estratégico, entre otros. Pero los resultados no son satisfactorios, máxime si se tiene en cuenta que la formación de maestros en especializaciones, maestrías y doctorados no se refleja en un mejoramiento extraordinario de los resultados de los niños en sus aprendizajes.
Luego de reflexionar sobre por qué no se logra el impacto esperado en términos de aprendizajes, encuentro un hecho que encierra la razón del asunto. Los posgrados y la cantidad de cursos de actualización y formación están enfocados en fortalecer las competencias disciplinares, y si acaso las de los entornos; pero muy poco o nada las habilidades psicoemocionales. Con base en una amplia experiencia, puedo afirmar que, si el director no logra tocar al alma de sus maestros, no hay enseñanza; si el maestro no alcanza a tocar el alma de sus estudiantes, no hay aprendizaje; y si juntos no trascienden el alma de la escuela, no hay éxito escolar.
Hace poco tuve la oportunidad de conocer un proyecto de acompañamiento a la gestión escolar, diseñado por la Fundación Instituto para el Liderazgo (FIL) —antes Instituto Caldense para el Liderazgo— y denominado, precisamente, “Entre Pieles”. Pienso que puede ser una apuesta exitosa de trascendencia escolar. En buena hora esta institución lo ha puesto a consideración de la administración educativa municipal y ojalá también se extienda al escenario departamental. “Entre pieles” va en la dirección que propongo en estas líneas: entregar unas herramientas para que el director escolar lidere asertivamente su colectivo de maestros y, a la vez, para que estos orienten a sus niños por un apasionante camino de aprendizajes que permita trascender sus conocimientos.
Nos ha faltado encender la llama de la pasión por lo que hacemos, ese motor que nos lleva a estar siempre insatisfechos porque queremos más, necesitamos más, merecemos más. Sabiamente el doctor Néstor Buitrago Trujillo, didacta a quien admiro y respeto, me dio una lección magistral al respecto: “En la noche las abuelas dejaban un carbón encendido tapado con el rescoldo de la ceniza; al otro día, a las 4:00 a. m., retiraban el rescoldo, le daban aire al tizón y en solo segundos ardía la llama. Eso es lo que tenemos que hacer, retirar el rescoldo de la escuela para que se encienda la llama de los aprendizajes”.
Comparto esta provocación desde lo más profundo de mi ser y con la total convicción de que, a pesar de los pesares, los maestros somos capaces de construir escuelas de esperanza para los niños de Colombia.